Discurso de Raúl Morodo en la entrega del IX Premio de Periodismo «Francisco Cerecedo»

SAR el Príncipe Felipe posa junto a galardonado y autoridades

Cerecedo, gallego de nación y gallego español y universal, entendió bien el daimon griego de identificar libertad y aventura. La aventura de la libertad como esperanza de la libertad: igual que otro gallego y periodista, poeta y peregrino en ultramar, José Emilio Ferreiro, Cuco Cerecedo asumió también que la

«esperanza es creer
en lo que esperamos ver
mañana.
Así fue y así será.
No se cambia
el grito que va en
la boca
ni el dolor que envuelve
la sangre».

Recordar, una vez más, a Cuco Cerecedo es, en definitiva, dar testimonio renovado de la utopía como horizonte. En palabras de Bloch, el Génesis no está al principio, sino al final: recrear, por la acción de la palabra, un mundo libre y abierto.

La memoria histórica no es (otras, tenemos), una de nuestras virtudes. El dramatismo de la generación a la que pertenece Eduardo Haro, intersticio de guerra y posguerra civiles, no fue sólo un problema sectorial ideológico y de fronda fraticida, sino también globalizadora y humana. Y si la situación era totalizadora, la respuesta llevaba a fragmentaciones y contradicciones: escapismo y resignación, triunfalismo y mesianismo. El barroco, dirá Tierno Galván, y el césar visionario umbraliano formalizó la sacralidad excluyente neo-barroca, condujo a una cultura de hibernación, en donde se conjugaba pesimismo y picaresca. Salir de esta cultura cerrada, abrirse a la libertad, reencontrarse con la Europa plural, exigía protesta y racionalización crítica de la protesta. Y Eduardo Haro optó por este camino. En este sentido, fue un partisano de las ideas novadoras: compromiso ético y social, apertura al exterior, debelación dialéctica de los dogmas y tópicos ancestrales. La política internacional fue, para Eduardo Haro, durante años, en la meseta y desde nuestras fronteras, un críptico y operativo instrumento para cambiar y transformar, y no solo –aunque sin excluirlo– interpretar y analizar. Sartre no quita a Aron: o, como decía Pessoa, «Dios es bueno y el diablo tampoco es malo». Aún dentro de la ambivalencia forzada, la revista Triunfo, cuando la memoria histórica se normalice, quedará como uno de los más cualificados exponentes de la anticipación democrática en España. Y Triunfo era, en gran medida, Eduardo Haro.

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