Discurso de Andrés Rábago, «El Roto», en la entrega del X Premio de Periodismo «Francisco Cerecedo»

Andrés Rábago y Antonio López

Señoras y señores, queridos amigos: Hace cosa de un mes, recibí aviso tenefónico de que había sido agraciado con un premio. Acostumbrado como estaba a recibir casi a diario notificaciones de premios de la más variada especie -desde fastuosos viajes a lejanos paraísos a relojes de pulsera, calculadoras, pasando por chalets adosados, coches, enciclopedias, juegos de sartenes y otros endriagos-, y todo ello sin más esfuerzo, por mi parte, que el de abrir el cajetín del correo y aliviarle de su peso, agradecí la llamada a la persona que me comunicaba la feliz nueva y volví a mis tareas olvidando el asunto de inmediato. Pero he aquí que a la mañana siguiente al leer los periódicos vi con alarma y estupor que en una información de agencia, mi nombre era traído y llevado en extraña trabazón con ciertos individuos de condición burlona y aventurera que según leí tenían por costumbre y oficio denostar a las legítimas autoridades del reino, y hacer burla y escarnio de costumbres arraigadas o actividades humanas de vieja implantación y todo ello en relación con un prestigioso premio periodístico que llevaba el nombre de una persona a la que tiempo atrás había leído y admirado por su gracia, valentía y desenvoltura en el difícil oficio del periodismo. En un primer momento todo ello me pareció locura y disparate y por saber si hubiese perdido el juicio pasé el periódico a mi mujer, quien así lo hubo leído, me felicitó y volvió a lo suyo dejándome sumido en un océano de confusión.

Al cabo de un rato y cuando ya los primeros efectos de la sorpresa habían dejado paso a una incipiente ira y firmemente decidido a evitar que el nombre que mis padres me había dejado como único patrimonio, se viera envuelto en los enredos de unos y otros, avisé de la superchería a las personas principales de la Asociación de Periodistas Europeos, con los que por rara casualidad guardaba una afectuosa relación, todo lo cual les produjo gran confusión y perplejidad, pues daban por hecho el que yo fuese uno y trino con aquellos a los que llamaban familiarmente OPS, El Roto o Jonás. A la confusión siguió el estupor que acabó derivando en una extraña melancolía de mis queridos amigos que no encontraban forma y manera de resolver el enojoso asunto sin escándalo. Y viéndoles tan contritos y por aliviar su pesadumbre y siendo de natural conciliador, me avine a representar para esta única ocasión el ingrato papel de premiado con el único fin de sacarles del aprieto en el que se encontraban, haciéndome cargo en compensación por mis desvelos e incomodidades del importe de los dineros que el premio llevase aparejados con lo que me daría por satisfecho y resarcido de los quebrantos que todo este enojoso asunto me hubiese producido.

Lo anteriormente expuesto explica y aún justifica mi presencia hoy aquí. Por cierto, espero que la de todos ustedes no se deba también a confusiones de parecida índole, cosa que lamentaría profundamente, aunque tampoco me produciría mayor sorpresa. En cualquier caso, me reafirmo en que nada se me apunte de las posibles bromas y bellaquerías de mis pretendidos heterónimos y aunque comprendo la necesidad que pueden tener en ocultar su verdadera personalidad por miedo a las posibles represalias de aquellos que sintiéndose injustamente tratados por su burlas y sátiras deseasen descargar sus justas iras sobre sus espaldas, de igual modo que sus críticas tendría más valor si las hiciesen a cara descubierta y sin ocultación. Y, por todo ello, desde aquí, públicamente, les conmino a que se den a conocer y que sepan que nada han de temer de los que tan acertadamente nos gobiernan, ni de ninguna otra persona principal por dinero, posición o cargo, pues todos ellos son hombres y mujeres ilustrados y de amable trato en los que toda cortesía tiene asiento, de conversación amena, recto proceder y elevadas miras que a buen seguro les sabrán perdonar todos sus yerros.

De igual modo sugiero a los premiados que miren mejor lo que dibujan y en qué centran sus chanzas y punzadas y que utilicen su ingenio y sutileza en más honrados y útiles oficios como la publicidad o propaganda donde tanta necesidad hay de talento y maña con que ayudar a transformar lo inútil en necesario y lo letal en benéfico o si tuviesen ínfulas artísticas fabricando retratos heráldicos de los antepasados de los nuevos ricos para que puedan éstos asentar su presente fortuna sobre los cimientos de los huesos de sus ancestros y no los tengan por advenedizos y recentales en el Ghota de los dineros.

Muévanse, pues, por más honestos pagos que no les faltarán gabinetes de imagen, empresas de márketing o estudios de diseño donde sin otra ayuda que el de su mucha virtud y talento, si es que lo hubieren, podrán ganar hoy un honesto jornal y mañana una suficiente jubilación con la que la bondad de nuestro sistema económico les beneficiará cuando ya no puedan con su alma y así podrán dedicar sus postreros años a la quietud del espíritu en lugar apacible, disfrutando de la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos y el murmurar de las fuentes. Todo lo cual y aún más, como es natural, y aún obligado también se lo deseo a Vds. que a buen seguro no lo merecerán menos.

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