Discurso de Adam Michnik en la entrega del XVI Premio de Periodismo «Francisco Cerecedo»

Mi personaje literario preferido era El Quijote. Hace años mi generación emprendió una lucha contra la dictadura comunista que se antojaba totalmente inútil. Nos solían decir; «Sois unos Quijotes, luchas contra molinos de viento y tenéis que perder». Confieso que nosotros coincidíamos con aquellas previsiones. Jamás tuve la osadía de soñar con el fin de la dictadura, con vivir en la libertad. Pero siempre consideré que luchar contra la dictadura es una obligación moral y humana. Pensaba asimismo que era mucho mejor vivir como Quijote que como lacayo sumiso.

Este premio es para mí un gran honor y una gran sorpresa. ¿Podía acaso soñar hace años que yo, un preso y disidente, contestatario y republicano, revolucionario y libertino, recibiría un premio español tan flamante de manos del futuro rey de España? Sin embargo, España siempre fascinó a la gente de mi generación. Desde los comienzos de la guerra civil que fue el prefacio de la gran tragedia de toda Europa. El escritor polaco Ksawery Pruszynski escribió entonces un excelente libro en el que dio constancia de ese dramático conflicto que son las razones repartidas entre dos bandos. Las declaraciones del patriota y demócrata español, el doctor Marañón, recogidas por Pruszynski, se grabaron para siempre en mi mente como estremecedora lección de la ambivalencia del mundo en el que nos ha tocado vivir, es decir, de un mundo de razones divididas, de trágicos conflictos, de odios que generan nuevos odios. Luego durante años estudiamos las lecciones de la transformación española. De la oposición española aprendimos el sentido de las comisiones obreras, el modelo de la resistencia de los intelectuales y la evolución en el seno de la Iglesia católica. Observábamos también cómo el poder español había sabido crear una corriente reformadora, capaz de llevar a cabo una apertura democrática y una política modernizadora. Se grabó asimismo en mi mente la película «La guerra ha terminado» con el guión del escritor Jorge Semprún. En aquella siempre constatación había algo muy novedoso: España ponía fin a la guerra hispano-española. En vez de la lógica de la hostilidad aparecía la lógica del diálogo y de la reconciliación. Por eso la transformación española despertó tanto respeto y tantas esperanzas. Los españoles supieron rendir homenaje a todas las víctimas de la guerra civil y, al mismo tiempo, concertar un pacto de futuro. Al escribir en Polonia, en nuestras publicaciones clandestinas, sobre la vía española, yo soñaba con contribuir a la libertad en Polonia, a la libertad de los polacos, al surgimiento de la Polonia democrática en una Europa democrática, a la aparición de una Polonia con raíces en sus propias tradiciones cristianas, pero a la vez tolerante y abierta ante los valores de otros pueblos. Yo anhelaba una Polonia que supiese reconciliarse consigo misma, en la que nadie fuese discriminado, en la que nadie buscase la revancha por las injusticias de ayer. Quería servir a esa causa como militante de la oposición democrática, del Comité de Defensa de los Obreros y del sindicato Solidaridad. Quería servir a esa causa también como comentarista y director de Gazeta Wyborcza.

Soy consciente de que este premio es un singular signo de solidaridad española con la democracia polaca. Me gustaría que fuese un eslabón de unidad entre nuestros países. Mirando hacia el pasado tengo que constatar que la historia suele ser muy paradójica. Los caminos de Polonia y de España hacia la libertad estuvieron marcados por los sufrimientos, los obstáculos, la abnegación y los sacrificios. Pero todo termina como en las peores películas norteamericanas, con un fin feliz.

Hace poco estuve en Cuba. Le debo ese viaje a mi amigo Miguel Ángel Aguilar. Tuve la oportunidad de ver un país de gente estupenda. Para ellos las transformaciones polacas y españolas son el gran sueño. Sé que en el mismo momento el rey de España don Juan Carlos, mirando profundamente a los ojos al dictador cubano dijo: «Sólo una democracia auténtica y el respeto de los derechos humanos permitirán a los países de América Latina hacer frente a los retos del siglo XXI». Esas palabras de verdad, sabia y valiente, son el credo de todos los hombres de buena voluntad. Son también mi credo personal.

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