El paraguas de Chamberlain

Discurso de Antonio Tabucchi en la entrega del XXI Premio de Periodismo "Francisco Cerecedo"

Tabucchi recibe el premo "Cerecedo" de manos de SAR el Príncipe Felipe

Sus Altezas Reales, miembros del jurado, señoras y señores. Quisiera agradecerles vivamente la concesión de este premio. Es para mí un gran honor, en efecto, recibir este ilustre reconocimiento de la Asociación de Periodistas Europeos, dedicado a la memoria de Francisco Cerecedo, que tanto contribuyó a la libertad de palabra en un momento en que su país tenía especial necesidad de ella. Recibo este premio, entre otras razones, y cito textualmente las obras de la motivación, «por mantener el vigor de la palabra libre en un momento en que –como señala el Parlamento Europeo– una excesiva concentración de medios de comunicación resulta inquietante y limita el debate democrático».

La libertad de palabra es algo directamente proporcional a la democracia. Típico de todo totalitarismo es el control de la información y el sometimiento de la palabra libre. Bien lo saben dos países como Italia y España, a los que les tocó vivir dos larguísimos períodos de dictadura.

Hoy, nuestra Europa es una vasta comunión de países en los que la palabra libre, la información libre, son la esencia misma de los valores democráticos en los que la Carta europea se basa. Con la clamorosa excepción de Italia. Podrá decirse que en Italia no están en vigor leyes especiales sobre la libertad de opinión y que la libertad de información está asegurada. Es cierto, pero solo formalmente. Porque, a diferencia del pasado, en nuestros días ya no es necesario vigilar y censurar la información: basta con comprarla. Es lo que ha ocurrido con los medios de comunicación italianos, que, en más de un ochenta por ciento, pertenecen a una sola persona, el hombre más rico de Europa, un multimillonario de cuya fortuna no se conocen los orígenes. Y la persona que posee casi la totalidad de la información italiana no es un ciudadano privado, una persona cualquiera, sino que ocupa un alto cargo político, el de presidente del gobierno. Además, no estamos hablando de un industrial del ramo del automóvil o del propietario de una cadena de comida rápida, sino de alguien que obtiene su ganancias gracias a la información, porque no solo la posee, sino que la produce. A aumentar este antidemocrático conflicto de intereses se añade hoy el control férreo que el jefe del gobierno ejerce sobre la RAI, la televisión pública de mi país. Control que le ha permitido acciones que resultarían inconcebibles en otros países democráticos: uso personal del medio público, despidos de periodistas mal vistos, cierres arbitrarios de programas críticos, propaganda descarada, noticiarios domesticados, hagiografías de su propia figura…

Es de estos mismos días la noticia de otro grave ataque a la libertad de prensa en Italia. El senado acaba de recuperar una ley que estuvo en vigor durante la segunda guerra mundial, según la cual a los periodistas les está prohibido difundir noticias acerca de las operaciones o los desplazamientos de las tropas italianas enviadas al extranjero. Es una ley de guerra para un país que en guerra no está, pero que sin embargo ha enviado tropas a Irak por iniciativa del ministro de Defensa, sin el beneplácito del Parlamento. Tal envío ha sido denominado «Misión de Paz». Pues bien, los periodistas italianos ya no podrán dar cuenta a los ciudadanos italianos de lo que los soldados italianos hacen en Irak. La pena prevista puede alcanzar los veinte años de cárcel. Pero atención: esta ley, vieja y nueve a la vez, prevé también la prohibición de realizar propaganda a favor de la paz, porque los «pacifistas», durante la segunda guerra mundial, eran considerados «derrotistas». Uno de los primeros artículos de la constitución italiana reza así: «Italia es un país que repudia la guerra». Sin embargo, podría suceder que, de ahora en adelante, hacer ondear la bandera de la paz sea considerado en Italia un delito que conlleve el arresto.

El problema de la limitación y del control de la información libre, devorada y sustituida por una información propagandística feroz y servil, no puede ser confinado entre los muros de un país, al que mirar acaso con distracción o con conmiseración benévola. Atañe a toda Europa, porque esa información de propaganda que está devorando la información libre no es inocua, sino un cauce, definitivamente a cielo abierto, de las oscuras ideologías que marcaron Italia durante dos décadas de dominio fascista y que constituyen la negación de los principios sobre los que nuestra Europa se funda. En 1938 Lord Chamberlain volvió de una «visita» a la Alemania nacional-socialista asegurando a Europa que no había nada que temer. Llevaba consigo un paraguas. A toro pasado, después de todo aquello que la Historia ha vivido, quisiera interpretar metafóricamente aquel paraguas como las defensas inmunitarias de la democracia, con las que la Europa libre de entonces contaba. Pero Chamberlain no abrió su paraguas, se limitó a utilizarlo como bastón de paseo. Si Europa, una vez más, no sabe abrir el paraguas de Chamberlain, antes o después una lluvia de escorias empapará la Carta de sus principios y estos acabarán por hacerse ilegibles.

La mía es una lúcida preocupación, siento como deber propio manifestarla y lo haga con plena conciencia. Pero es sobre todo un llamamiento. Urgente y necesario. Gracias otra vez.

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