Cuba, fascinación y desengaño, por Pedro González

Artículo publicado originalmente en El Mentor el 2 de Enero de 2019

Inamovible, la Revolución cubana cumple sesenta años, y como afirma un veterano exiliado parece ser “como el sida: incurable”. Aún así, Cuba sigue atrayendo para bien o para mal la atención de gran parte de los intelectuales del mundo.

El personaje de Fidel Castro siempre ha despertado controversias. Tras su muerte se reavivaron las disputas de si era un héroe nacionalista que había osado enfrentarse a los imperialistas americanos, o simplemente un brutal dictador. Probablemente sea una disputa irresoluble. Así lo cree al menos el polaco Krzysztof Jacek Hinz, que ha presentado en Madrid su libro Cuba, síndrome isla. (Ed. Los libros de Fronterad, 336 páginas).

En su obra Hinz demuestra pertenecer a la Escuela Polaca de Reporterismo, cuyo máximo exponente es Ryszard Kapuscinski. A diferencia de la mirada de los reporteros anglosajones, que casi siempre delata la convicción en su propia superioridad, los reporteros polacos bajan a la realidad que intentan describir poniéndose al mismo nivel, e incluso entremezclándose íntimamente con las gentes con que se encuentran. El resultado es que su relato se hace más cercano y se visualiza como si el lector hubiera vivido las experiencias cotidianas de todos y cada uno de los actores.

Ese modo de trabajar de los polacos, impulsado en gran parte por la parquedad de sus medios materiales y humanos, desemboca en que el autor termina por sufrir en propia carne los padecimientos, sensaciones y emociones de sus interlocutores. Así, el síndrome isla de los cubanos (creerse que Cuba es el centro no solo de su proyecto y de su horizonte vital sino que salirse de sus límites equivale a entrar en el mundo de su fantasía), también ha prendido en el autor, que no puede desasirse de “su pertenencia” a la Mayor de las Antillas.

Hinz es un observador que ha conocido la isla desde todas las perspectivas posibles para un extranjero. Quedó fascinado por los primeros años de la revolución castrista. Como polaco, fue uno de los estudiantes de los “países hermanos” del Este acogidos en Cuba para completar su formación académica. En 1991 volvería a una Habana, cada vez más decrépita, como corresponsal de la agencia de noticias polaca PAP. Comprobaría el día a día de las penurias, las cartillas de racionamiento, la inventiva de los cubanos en su lucha por la supervivencia, pero sobre todo sería testigo de la heroica emergencia de los opositores y disidentes de la dictadura castrista.

Gustavo Arcos, Huber Matos, Oswaldo Payá, Raúl Rivero, Óscar Elías, Elizardo Sánchez, Félix Varela, las Damas de Blanco, y tantos y tantos otros cubanos para los que firmar un manifiesto pidiendo libertad de palabra y asociación, o la solicitud de un referéndum equivalían a pérdida del puesto de trabajo, el encarcelamiento sin juicio y sus correspondientes y brutales palizas e incluso el asesinato. Todos ellos desfilan por el libro haciendo callada gala de su inquebrantable sentido de la dignidad.

Persona non grata

Aún tendría oportunidad el autor de vivir una nueva perspectiva, cuando en 1998 es nuevamente destinado a Cuba, aunque en esta ocasión como consejero político de la embajada de Polonia. Comprueba así que la represión se agudiza, al igual que el férreo marcaje de los servicios secretos cubanos y las cesiones de no pocas legaciones extranjeras a las exigencias del régimen de que en sus celebraciones, por ejemplo de sus respectivos días nacionales, no inviten a opositores cubanos. Y, sobre todo, cómo su propia inmunidad diplomática se convierte en un vacío y un hostigamiento continuo a raíz de dos editoriales contra él de Granma, el órgano del Partido Comunista Cubano. No llevaban firma pero su autoría, por estilo y sintaxis, era inconfundible: el mismísimo Fidel Castro. El resultado, convertirse de hecho e irreversiblemente en una persona non grata.

Hinz justifica la admiración que durante tanto tiempo despertó Castro en América Latina, Europa y África en que “era como un caballo cimarrón que nadie ha logrado domar. Ni las actuaciones de la oposición, ni el embargo de los Estados Unidos ni las presiones de la Unión Europea exigiendo respeto a los derechos del hombre, consiguieron forzar los cambios. El aparato del poder totalitario, en su versión tropical, de los hermanos Castro, resultó más fuerte”.

Pero, también atribuye a las circunstancias de un determinado momento, que el destino de un pueblo, e incluso de todo el continente iberoamericano cambie radicalmente su historia. “Todo pudo haber sucedido de otra manera. Castro se hubiera convertido en un caudillo latinoamericano local, sin un papel destacado en la política mundial si Washington le hubiera aceptado. No hubiera caído en los brazos de Moscú si los EE UU no hubiesen frenado la compra del azúcar cubano y no hubieran anunciado el bloqueo marítimo de Cuba. Las circunstancias lo decidieron todo”.

El libro de Hinz es una obra imprescindible para los rezagados admiradores del Che Guevara que aún quieren encontrar en Cuba el fuego de la revolución romántica, y para aquellos que ponen a los comunistas al mismo nivel que a los fascistas, y quieren ver de cerca y sin asomo de simpatía “el último baluarte del comunismo”, reintegrado por cierto en la última reforma constitucional cuando había desaparecido de todos los borradores. Se ve, pues, que la mano anciana de Raúl Castro aún sostiene las riendas del régimen, que, pese a las apariencias, no tiene la menor intención de evolucionar.

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