SAR el Príncipe de Asturias y Maruja Torres, que posa con el galardón

Discurso de Maruja Torres en la entrega del VII Premio de Periodismo “Francisco Cerecedo”

Alteza, señores ministros, señoras y señores. Estas cuartillas fueron escritas ayer en un ordenador portátil, en plena jornada de expansión del virus viernes 13, y aún ahora tengo miedo de que de repente se borren y me quede sin poder explicarles, organizadamente, lo que supone para mí recibir este premio y recibirlo aquí, en presencia de un príncipe educado en y para la libertad –gracias Alteza– y rodeada de amigos, de compañeros. A un compañero y sobre todo a un maestro honran este premio y esta reunión. Tengo que lamentar que a Cuco Cerecedo, yo no le conocí más que por sus obras, lo que, por otra parte, es la mejor forma de conocer a un periodista, porque hasta hace sólo 10 años, yo hacía periodismo en la periferia y en medio de la soledad del colaborador de fondo, a la que los avatares tormentosos de esta profesión sólo llegaban puntualmente en forma de cierres y despidos, sin que se viviera desde dentro la aventura. Desde esa soledad ejercitaba mi derecho a leer, y leía a los buenos periodistas, los buenos escritores. Algunos de ellos han recibido este galardón antes que yo, y es un honor enorme estar en la lista.

Desde Barcelona seguía fascinada las idas y venidas de aquel hombre que, como los grandes reporteros, siempre estaba donde debía estar, y que como los grandes escritores, siempre disponía de la palabra justa para contarlo. Parecía que nunca se agotaban sus talentos, y, de hecho, debió de ser así, porque parte de él se quedó flotando entre nosotros y hasta yo, que no le conocía personalmente, encuentro de vez en cuando la huella de Cuco Cerecedo en amigos que lo eran de él antes de serlo míos, y que son como son porque alguna vez fueron amigos suyos. En este salón hay unos cuantos y por ahí, en Madrid, algunos más.

Para mí, lanzada al periodismo de forma ferozmente autodidacta, la gente como Cuco sustituía las facultades, los consejos y las redacciones, y pensaba, con esa tendencia a la mitificación que me queda, desde que trabajé en Fotogramas, que yo quería ser como él, un periodista al que le ocurren muchas cosas. Llegó un momento en que lo conseguí, a la manera de Cuco Cerecedo, pero sin llegarle a la suela del talento. Una cosa sí he aprendido. Que al periodista no le pasa nada. Disfruta del raro, precioso e insustituible privilegio de ser testigo de lo que les ocurre a otros. Y de poder contarlo. Hace más o menos un año, aquí mismo, Raúl del Pozo, se definía como un periodista en perpetua búsqueda de la libertad y el estilo. Yo añadiría que la síntesis de estas dos premisas es el punto de vista, sin el cual un periodista tampoco puede escribir. Esa correa de transmisión que somos, a veces tiembla por el placer o el dolor de la comunicación, y de la calidad del temblor, de sus matices, resulta finalmente la información que debe estar basada en el respeto a la verdad, pero también en el análisis de lo que ha conducido hasta ella, cualquiera que sea.

Y es todo. Muchas gracias. Buenas noches.

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