Florencio Domínguez recoge el galardón de manos de Su Majestad el Rey

El resultado de esa política de firmeza de los valientes ha sido la paz y la derrota de los que durante décadas han amenazado la convivencia, la libertad y los derechos de los ciudadanos.

Palabras de Florencio Domínguez, ganador en la XXXIV edición del Premio "Cerecedo"

Majestades, señoras y señores, queridos compañeros.

Es obligado comenzar dando las gracias al jurado, presidido por José Manuel Romay Beccaría, y a la Asociación de Periodistas Europeos que encabeza Diego Carcedo por concederme el premio que lleva el nombre de Francisco Cerecedo. Se lo agradezco de corazón, aunque tengo que confesarles que me siento abrumado al recibirlo, sobre todo cuando se ve la relación de méritos de quienes fueron premiados en ediciones anteriores.

Agradezco también a Sus Majestades su presencia en este acto, presencia que es tradicional. Quiero aprovechar, además, mis diez minutos de gloria de esta noche para darle las gracias al Rey por el mensaje dirigido a la nación en medio de la crisis catalana el 3 de octubre. Con sus palabras devolvió al ánimo y la confianza a una sociedad que se encontraba desmoralizada e hizo renacer la esperanza de los ciudadanos en ese proyecto común que es España. Muchas gracias, Señor.

Volviendo al premio, me identifico con las palabras que pronunció Jon Juaristi al recibir esta misma distinción en la edición de 1998. Juaristi consideró que el galardón era un reconocimiento a la labor de todos aquellos que habían intentado combatir el fanatismo y la brutalidad terrorista con las únicas armas de la palabra y de la razón. En esa misma línea entiendo que el premio que hoy se me entrega es un reconocimiento a todos los periodistas que han tenido que hacer su trabajo sobre el terrorismo y frente al terrorismo a pesar de las amenazas de ETA y que han mantenido su compromiso profesional, que ha sido también un compromiso cívico, asumiendo no pocos riesgos personales. A los que han tenido que hacer su trabajo con protección policial, a los que han tenido que cambiar de casa o de ciudad para poder seguir desarrollando su labor, a los que se han visto atacados y amenazados y que, pese a todo, se mantuvieron firmes como hicieron otros muchos ciudadanos y cargos públicos que no quisieron dar un paso atrás, pese a estar en juego su seguridad personal.

ETA, prácticamente, comenzó su actividad terrorista atentando contra un periódico. En la madrugada del 24 al 25 de octubre de 1959, cuando no había transcurrido todavía un año de su constitución, ETA hizo estallar una bomba junto a las instalaciones del diario Alerta, en Santander. Fue una de las tres primeras bombas de la banda y el primer ataque contra un medio de comunicación. Con el tiempo perpetró otros 51 contra informadores y medios, a los que hay que sumar los 129 ataques cometidos por los grupos del entorno de la banda terrorista.

En total, 181 atentados contra los medios o sus trabajadores. Si se comparan con los que han sufrido otros colectivos en España tal vez haya quien piense que no han sido muchos, pero es difícil encontrar otro país europeo en el que se hayan registrado tantos ataques terroristas contra los medios de comunicación y los periodistas, en el que la libertad de informar haya estado en el punto de mira de las pistolas con tanta intensidad. Unas veces de ETA y otras de otros grupos, como los que cometieron atentados mortales contra El País y El Papus.

Albert Camus escribió “que no se diga que uno de nuestros hermanos ha muerto en vano cerca de nosotros y ha sido olvidado para siempre por los que han sobrevivido”. Por eso tenemos que recordar los nombres de José María Portell, José Luis López de la Calle y Santiago Oleaga, que perdieron la vida en sendos atentados de ETA, o los de José Javier Uranga y Gorka Landáburu, que resultaron gravemente heridos.

El periodismo no ha sido siempre ejemplar a la hora de informar sobre el terrorismo. Durante mucho tiempo nos han interesado más los terroristas que sus víctimas, la historia de los asesinos que la de los asesinados. Sin embargo, el periodismo supo evolucionar y a medida que fue cambiando se acercó a las víctimas, las dignificó y las colocó en un lugar preferente en el espacio público, se acercó a los movimientos sociales que hacían frente al terrorismo en la calle y se convirtió en inspirador de la resistencia ciudadana. Y eso puso en la diana de los terroristas y de quienes los arropaban a los medios y a los informadores.

Los periodistas de mi generación comenzamos nuestro trabajo profesional en la transición, en el momento en que llegaba la libertad, pero también en el momento en que se iniciaba la gran ofensiva violenta de ETA que ha causado en democracia el 95% de sus víctimas. Hemos vivido de cerca desde entonces lo que ha supuesto este terrorismo, el dolor que ha provocado, las tensiones políticas que ha generado, la desestabilización causada en no pocos momentos. Pero, al final, hemos tenido la suerte de ver la derrota de ETA cuando el Estado democrático, representado por el conjunto de sus instituciones, decidió combatir a los terroristas con todos los recursos que la ley ponía en sus manos, sin inhibiciones, sin complejos y sin hacer caso de los discursos agoreros que nos anunciaron las doce plagas de Egipto si se utilizaban todos los resortes legales.

José Luis López de la Calle, dos años antes de su asesinato, escribió que “para liberar al país de la agresión fascista” (de ETA) se necesitaba “de la unidad democrática” y de la “firmeza de los valientes”. El resultado de esa política de firmeza de los valientes ha sido la paz y la derrota de los que durante décadas han amenazado la convivencia, la libertad y los derechos de los ciudadanos, una paz alcanzada sin precios políticos, aunque sí con muchos costes humanos.

Muchas gracias

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