Elecciones Reino Unido: nacionalistas, verdes y eurófobos acabarán con el bipartidismo, por Pedro González

Ed Miliban y David Cameron

Artículo publicado en Zoom News el 9 de Abril de 2015 por Pedro González

– Los laboristas no se atreven a cuestionar la austeridad impuesta por los conservadores, solo prometen aplicarla más lentamente

– El referendum sobre la permanencia en la UE y el freno a la inmigración, incluida la europea, acentúan las pulsiones ‘patrióticas’

– Los liberales demócratas de Nick Clegg pagarán un precio muy alto por su coalición con los conservadores

Si en 1951 Partido Laborista y Partido Conservador reunían conjuntamente el 97% de los votos, en las elecciones del próximo 7 de mayo de 2015 apenas lograrán sumar el 66%, a tenor de los primeros sondeos con que se ha iniciado una campaña que depara imágenes inéditas.

Era la primera vez, en efecto, que concurrían nada menos que siete líderes de otros tantos partidos en el primer y único debate televisado al que concurrirá el actual primer ministro y líder de los tories, David Cameron. Aceptó ese formato multitudinario para no enfrentarse cara a cara con el líder del Partido Laborista, Ed Miliband, cuya temible dialéctica gana muchos enteros en el cuerpo a cuerpo.

Ambos siguen siendo los grandes aspirantes a encabezar el gobierno en la próxima legislatura, que puede ser la que marque el fin del tradicional bipartidismo de siglos en el Reino Unido ante la emergencia incontenible de las nuevas formaciones minoritarias. Serán, por lo tanto, éstas las que condicionarán el futuro escenario, habida cuenta de que, salvo que suceda algún fenómeno excepcional, ninguno obtendrá mayoría suficiente para gobernar en solitario.

La principal fuerza emergente viene de Escocia, donde el Partido Nacionalista Escocés (SNP), encabezado ahora por la implacable Nicola Sturgeon, puede irrumpir en tromba en el Parlamento de Westminster en detrimento de los laboristas. Hasta 40 diputados nacionalistas podrían asentarse en Londres y reavivar sus pretensiones independentistas tras su ajustada derrota en el pasado referéndum. En todo caso, su tradicional apoyo a los laboristas para facilitarles que formen gobierno sería esta vez al precio de oro de conseguir nuevas cotas de autonomía política, económica y social, e incluso del desmantelamiento de las bases nucleares británicas.

Con mucha menos influencia está el Plaid Cymru, el partido nacionalista de Gales, que ya tiene tres diputados en los Comunes, y que podría aumentarlos considerablemente en los próximos comicios. Su líder, Leanne Wood, podría no obstante apuntalar a Miliband a cambio de que se tenga en cuenta su oposición a las políticas de austeridad y también a las bases nucleares.

El UKIP puede ser la tercera fuerza

Sin embargo, las mayores expectativas de la campaña electoral las ostenta el eurodiputado Nigel Farage, líder del eurófobo Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP). Los sondeos le conceden de partida hasta un 18% de las intenciones de voto. En las últimas elecciones europeas de 2014 logró arrasar con un 26,6% de los votos, que le situaron entonces a la cabeza del espectro político británico. En todo caso, con aquella contundente victoria ya ha logrado doblegar a Cameron y obligarle a prometer, en caso de que gane, la celebración de un referendum sobre la permanencia o no dentro de la Unión Europea.

En tiempos de crisis como los actuales la dialéctica patriótica del UKIP, preconizando «la recuperación del control de las fronteras», concita numerosas adhesiones, al tiempo que espolea las pulsiones racistas y la conocida tendencia a culpar al forastero, sea o no inmigrante procedente de la UE, de la austeridad y del deterioro de los servicios públicos. Profundizando en ese discurso Farage intenta difuminar los últimos escándalos financieros protagonizados por algunos de sus compañeros en el Parlamento de Estrasburgo, así como de los que ha incluido ahora en las listas de candidatos a Westminster.

Los Verdes, de la experiodista Natalie Bennet, aspiran a mejorar el 6% de los sufragios que le otorgan los sondeos. Su dilema es que tal mejora sería obviamente a costa de votos habitualmente destinados al Partido Laborista, lo que, habida cuenta del sistema electoral británico, podría favorecer de rebote el triunfo de candidatos conservadores en algunas cirunscripciones. Bennet critica la tibieza de Miliband respecto de la austeridad, ya que si bien éste condena la realizada por Cameron, no cuestiona que tales políticas de austeridad deban continuar, tan solo que habría que aplicarlas más lentamente.

Impuesto a las grandes fortunas

Los ecologistas también se diferencian de sus cercanos parientes socialistas en que exigen un nuevo impuesto sobre las grandes fortunas, el abandono progresivo de la energía nuclear, la renacionalización del transporte público y el aumento hasta 10 libras esterlinas (13,65 euros) del salario mínimo.

En este firmamento queda muy diluido el Partido de los Liberales Demócratas del viceprimer ministro Nick Clegg. El precio de haber formado parte de la coalición que ha permitido gobernar a los conservadores de David Cameron ha sido demasiado alto, tanto que podría quedar reducido a un puñado de diputados dispersos sin influencia real. Llegó a resultar patético que Clegg criticara a su socio acusando a Cameron de «perseverar en la política de recortes no por necesidad sino por gusto». Su única esperanza, aparte de no bajar del escúalido 8% que le otorgan los sondeos, es que los hipotéticos votantes desencantados de los tories recalen en sus filas, ya que es muy difícil que un votante conservador encuentre otra opción que le satisfaga, aparte claro está la de engrosar el volumen de la abstención.

Cameron recuerda la herencia recibida

Economía, patriotismo antieuropeo e inmigración son los grandes temas de debate, y sobre los que van a dilucidarse estas elecciones del fin del bipartidismo. Como es obvio, Cameron reivindica sus logros: crecimiento del 2,6% en 2014 y fuerte rebaja hasta el 5,7% de la tasa de desempleo. Promete seguir por la senda de las políticas de austeridad y seguir recortando el déficit público, que aún persiste en torno a un 5,2%, arguyendo de paso que ha sacado al país «del abismo en que lo dejaron los laboristas en 2010».

Miliband se defiende sin cuestionar la necesidad de mantener políticas de austeridad, pero prometiendo aplicarlas más lentamente y evitando «las desigualdes», ya que las realizadas por Cameron «solo han beneficiado a los más ricos mientras que el poder adquisitivo de los ciudadanos no ha hecho más que bajar desde 2010». También le reprocha que mantenga la incertidumbre sobre la plaza de Gran Bretaña en la UE, porque «tal incertidumbre servirá para que los inversores pongan mientras tanto pies en polvorosa».

La inmigración, en fin, concitará una rara unanimidad en que es necesario frenarla. Las diferencias se reducirán al grado de intensidad con que se apliquen las restricciones. La crisis ha llevado al Reino Unido a casi tres millones de inmigrantes en los últimos diez años. De ellos, más de la mitad proceden de otros países de la UE, entre ellos España, protegidos por el derecho comunitario a la libre circulación.

Aunque los líderes sopesan mucho sus declaraciones al respecto, al eurófobo Nigel Farage se le calentó la boca en el debate, llegando a propugnar el rechazo a que los enfermos de sida no británicos fueran atendidos por el Servicio Nacional de Salud. Un patinazo que sirvió para que la nacionalista galesa Leanne Wood le espetara, con la aprobación general de todos los demás, que «debería caérsele la cara de vergüenza».

Secciones