Encuentros con las letras, por José María Noguerol

Artículo publicado en La Provincia. Diario de Las Palmas, el 7 de Noviembre de 2014 por José María Noguerol.

Esta semana se murió Carlos Vélez. Probablemente casi nadie sepa quién era. Pues era un genio. Un hombre letraherido que fue capaz, en una TVE en blanco y negro y muy casposa, crear y dirigir un programa sobre literatura irreptible, Encuentros con las letras. En la red, y en esa cosa llamadas You Tube, se encuentran testimonios videográficos que respaldan el adjetivo. Vélez se rodeó de un equipo de colaboradores de variado pelaje y condición, Daniel Suerio, Isaac Montero, Andrés Trapiello, Jesús Torbado, Sánchez Dragó, Esther Benítez, Paloma Chamorro… la nómina es larga y rica, también difícil de entender su convivencia en los tiempos que corren, pero la España de aquellos años era así. Nacían productos informativos como El País o la revista Interviú que milagrosamente todavía sobreviven, y las calles estaban repletas de ilusión emocionante por la democracia que se estaba estrenando.

Encuentros con las letras era un programa sencillo, realizado con habilidad suprema por Roberto Llamas, que a veces sólo contaba con una cámara, y en un plató compuesto de una larga mesa repleta de libros y anaqueles como paredes. A pesar de la penuria de medios, la sensación era otra porque allí volaban, cuando no se lanzaban, las palabras, los comentarios ácidos y libres sobre libros y autores. Y las entrevistas, vaya entrevistas: recuerdo especialmente una en dos entregas que se le realizó a Julio Cortázar con entrevistadores tan conspicuos como Fernando Savater. No superó a la de Joaquín Soler Serrano en sus A fondo (otra joya de la televisión pública de la época) pero fue muy buena. Y siempre tendré en el recuerdo a un joven Andrés Trapiello entrevistando a solas a un también joven pero ya muy pasado de vueltas y provocador, provocativo y gran poeta, Leopoldo María Panero: salvo en la película El desencanto nunca volvió a estar Panero tan en sazón como en aquella entrevista, a pesar de que el pobre Trapiello las pasara moradas para sacarle jugo al único maldito de nuestra literatura reciente.

Nadie se acordará mucho, o casi nada, de Carlos Vélez y de su esfuerzo divulgador de las artes y las letras. Aquí somos así de estúpidos. No lo deseo, por supuesto, pero ya verán cómo tratan los franceses a Bernard Pivot el día que se produzca el hecho biológico. Pues Vélez era nuestro Pivot, quizás mucho más que todo eso porque aquí las cosas siempre han sido más difíciles.

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