Era mi General, por Alberto Aza

Alberto Aza y Javier Calderón

Era mi general. Así lo llamábamos todos los de la planta baja del Palacio de la Moncloa. No era Vicepresidente o Sr. Vicepresidente. No, era mi general, y punto. Pero era Manolo en la planta noble del Palacio de la Moncloa y a partir de ahí venían calificadas las relaciones personales de quienes tratábamos al General Gutiérrez Mellado. La profunda amistad de las familias Suárez y Gutiérrez Mellado discurría por aquella Presidencia del Gobierno tan improvisada como el propio edificio de la nueva democracia. Allí convivían y compartían espacios los funcionarios del Gabinete y de la Secretaría particular con la familia, el florista, el pescadero y cuantos tuvieran que hacer algún servicio, o con simples visitas de amigos. Pasaban los visitantes oficiales, desde presidentes de los Estados Unidos a delegados de Jomeini; los miembros del gobierno que celebraban las reuniones del gabinete en un comedor transformado en sala de consejos. Allí pasaba todo y de todo; allí el reloj de los nuevos tiempos trataba de acompasarse con el tiempo político y con el tiempo real en una ecuación endiablada.

Veo una vez más, en este recuerdo, abrirse suavemente un de las puertas de mi despacho y detrás la sonriente y menuda figura de mi general. Era una corriente de tranquilidad la que le acompañaba. Cruzábamos pocas palabras pero suficientes como para intuir con qué ánimo Adolfo estaba haciendo frente a uno de los miles temas espinosos que tuvo que lidiar, pues mi general llevaba su lealtad -palabra sobre la que construyó buena parte de su vida- hasta vivir como propias prácticamente todos los momentos del gobierno de Adolfo Suárez.

Rabiaba serenamente ante el dolor que los actos terroristas causaban a las familias de las víctimas; el dolor de las fuerzas armadas era su dolor más próximo, pero no decaía nunca su fe en la victoria. Creía en España, en las Fuerzas Armadas y en su sentido de la disciplina, en su compromiso con los españoles, y en el impagable servicio del Rey a la causa compartida de la democracia. Nunca más dos Españas. La concordia es la esencia de nuestro futuro. Bajo estos dos lemas aportó lo mejor de si mismo para que nosotros y las generaciones que nos sucedan disfruten del privilegio de vivir en libertad y democracia.

Manolo estaba próximo al amigo en los buenos momentos del mus con los más cercanos a la familia Suárez; estaba próximo a los niños que crecían en aquel escenario surrealista para una visión de aquellas edades. El general estaba junto al Presidente siempre que el presidente necesitara del apoyo moral, presencial, o consejo de su Vicepresidente. El día que Adolfo va como al degolladero a la sesión del voto de censura quien le acompaña en el coche es el General Gutiérrez Mellado.

Asistió con su discreción característica a la operación de acoso y derribo de su amigo presiente, sin llegar nunca a comprender que también constituyeran a ese derribo no pocos miembros de su propio partido UCD. Su concepto de la lealtad no encajaba en aquellos comportamientos.

Recordar hoy a mi General es hablar de concordia, de la unidad de los españoles, del Papel fundamental de la Corona, de la lealtad personal e institucional, de la vocación de servicio a nuestro país de sus fuerzas armadas, en definitiva de colocar todas las piezas de un rompecabezas político y humano en un marco institucional. Porque creía en estos valores su fuerza moral fue superior a la fuerza física que intentó humillarle el 23 de febrero de 1981.

Agradezco a Miguel Ángel Aguilar que me haya dado la oportunidad de recordar al Capitán General Gutiérrez Mellado a quien tanto debemos los españoles.

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