Fotografías y vislumbres

Texto de Ricardo Aroca publicado en el catálogo de la Exposición "Madrid al paso"

Texto de Ricardo Aroca publicado en el catálogo de la Exposición «Madrid al paso«

La imagen más nítida en mi memora en relación con Madrid Diario de la Tarde es la de la voladura del edificio, como culminación de un proceso que comenzó con un cierre administrativo, coletazo de un régimen que empezaba a ser moribundo.

La bella imagen de la «voladura controlada» (por cierto, fue de las primeras demoliciones en que se aplicó esta técnica en Madrid) no figura, como es natural, en el archivo del periódico que había ya, desgraciadamente, pasado de cronista de noticias a protagonista de actualidad.

Antes de su desaparición, Madrid era «el diario que se podía leer» en un panorama poco atractivo en el que los diarios de la mañana eran ABC, Ya y Arriba y los de la tarde Madrid, Informaciones y Pueblo, además de la Hoja del Lunes, que cubría el hueco dejado por el, entonces, obligado descanso dominical. De manera menos espectacular, todos ellos a excepción de ABC fueron desapareciendo en los remolinos de la transición; cabe pensar que Madrid era el que estaba, en cuanto a contenidos, en mejores condiciones para sobrevivir, aunque «la tarde» resultó ser letal para todos los que compartían ese nicho.

No recuerdo con exactitud cuándo desaparecieron los otros diarios de la tarde, pero de la peripecia del cierre del diario Madrid conservo lo que me parece un vivo recuerdo, aunque cabe que esté deformado por sucesivos «refrescos de la memoria» en función de la relevancia que adquirió por la evolución de acontecimientos posteriores difícilmente previsibles en aquel momento (no sólo es mucho más fácil predecir el pasado que el futuro, sino que los recuerdos son involuntariamente teñidos, resaltados o borrados por lo que pasa después).

Según mi memoria, un artículo de Rafael Calvo Serer (extraño personaje del Opus Dei, facción liberal, a quien no conocí personalmente hasta años más tarde) el 30 de mayo de 1968 bajo el título «Retirarse a tiempo: No al General De Gaulle» se hacía ciertas preguntas que rebotaban sobre el futuro de Franco. Estaban formuladas de la manera críptica habitual de la época, que tanto placer proporcionaba a los que escribían en clave y a los que disfrutábamos interpretando lo que aparentemente había escapado al renqueante aparato represor, que también disfrutaría lo suyo. Al leerlo (aunque cabe que la sensación la haya añadido después), uno pensaba que aquello tendría consecuencias y efectivamente las tuvo: me quedé sin mi diario de la tarde, asfixiado económicamente por una situación consecuencia del cierre durante cuatro meses (no debió valerles de mucho el cheque de unas trescientas pesetas por importe de los diarios de un mes que les hice llegar, para demostrar mi solidaridad, que no llegó al extremo de hacer posteriores aportaciones económicas). Luego el cierre definitivo fue decretado el 25 de noviembre de 1971.

Será una barbaridad decirlo, pero fue la primera vez que tuve la sensación inequívoca de que lo injusto del régimen, que planeaba sobre nuestras conciencias (los de mi clase social) de una forma más bien abstracta, tenía una consecuencia concreta que me afectaba directamente; aunque obviamente la pérdida de «mi periódico» no tuviera comparación posible con la que sufrieron Antonio Fontán, los periodistas y los trabajadores del Madrid, por no hablar de las otras cosas que les pasaban a incontables personas.

Ahora con motivo de una exposición de fotografías sacadas del archivo del diario me hacen el honor de pedirme unas líneas que me dan la ocasión, acompañando a plumas bastante más experimentadas que la mía, de reflexionar sobre unas imágenes de hace más de treinta y cinco años.

De varios miles de fotografías se han seleccionado unas doscientas en las que puede verse: el Madrid ya entonces siempre en obras, algunas anteriores a mi llegada a Madrid, como el último tramo de la Castellana en medio del campo, otras que he vivido, como los núcleos desnudos de las Torres de Colón; los burros y carros en las calles, los antiguos mercados en funcionamiento, la gente colgada de los tranvías, gente viviendo mucho más en la calle, niños jugando en la calzada, la gente bañándose en el Manzanares dentro de la ciudad y, más arriba, en la «Playa de Madrid»…

Cada una de las fotografías fue en su día ilustración de una noticia y probablemente los lectores no vimos en ellas nada más que lo que había de nuevo, distinto o sorprendente; vueltas a ver con el paso de los años y en ausencia de las claves de la «noticia», en la mayor parte de ellas lo novedoso se ha evaporado completamente y lo que queda es el testimonio de la época, que era realmente la mayor parte de la información contenida en las imágenes.

Tendemos a ver sólo lo que destaca del fondo; en el momento en que fueron publicadas las imágenes, tal vez la noticia era que hacía un calor inusual y la gente bañándose en el río era una buena ilustración; ahora lo relevante es que entonces la gente se bañaba en el río, cómo eran, cómo iban vestidos, qué aspecto tenían, cómo eran las márgenes del río, etc. Lo que fue pie de un acontecimiento concreto ya olvidado ha pasado a ser testimonio de una época. Prácticamente ninguna de las fotos permite vislumbrar cual fue la «noticia». Las excepciones son escasas y se refieren a algunos personajes (la mitad de los que en su días fueron noticia me son desconocidos). Obviamente Ramón Gómez de la Serna, Pío Baroja, Hemingway, Bahamontes coronando el Tourmalet y algunos más siguen viviendo en mi recuerdo, aunque sería curioso comprobar cuantos significan algo para los nacidos en los treinta y cinco años transcurridos desde el cierre del periódico.

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