Intervención de Montserrat Lluis, Subdirectora de ABC, en el XVIII Foro Eurolatinoamericano de Comunicación

En primer lugar, gracias por invitarme a participar en este Foro y, en particular, a reflexionar sobre redes sociales. Es una suerte poder formular en voz alta preguntas que yo a menudo me hago y que quizá hoy vosotros me vais a ayudar a responder.

De entrada, y para no generar falsas expectativas, he de confesar que yo, a diferencia de mis compañeros, no soy experta en redes sociales. No estoy en Facebook, ni en pinterest, ni en Tuenti, ni linkedin… Sí en Twitter, pero porque el director nos obligó. Quiso que toda la redacción de ABCse abriera una cuenta y me la hice, el jefe manda, pero lo que no dijo es que tuviéramos que usarla… Así que no recuerdo el día que escribí mi último tuit. No debo de llegar en total ni a la docena. Y conste que no tengo nada contra ello. Al contrario. Lo he intentado, me he esforzado y puesto como deberes mandar dos o al menos uno al día, pero no me sale. Me siento formando parte de un mundo artificial. No encuentro la satisfacción a enseñar en Facebook la foto de la paella que me estoy tomando ni siento la necesidad de expresar mi opinión sobre las elecciones catalanas en Twitter. Prefiero enseñar mis fotos a quien yo quiera tomando un café o, incluso mandárselas por email.

Sé que voy a resultar polémica, pero me parece que las redes sociales, más que medios de comunicación, son para muchos medios para el exhibicionismo. Aquellos quince minutos de fama que Andy Warhol reivindicaba para todo ser humano, han encontrado hoy una vía para convertirse en horas, días, meses… notoriedad permanente. Ya no hace falta ir al 1,2,3 o hacerse cantante para tener una vida pública. Gracias a las redes sociales, ahora si quieres estás permanentemente en el escaparate y puedes contar en directo lo bien que lo pasas en un viaje, con quién alternas, de qué color te pintas las uñas, qué opinas del rescate de España o dónde estabas en el Madrid Arena la noche de Halloween que acabó en tragedia.

Pienso que ese es el motivo principal que nos lleva a subirnos a las redes sociales, a estar pendientes de contar en ellas nuestras vidas. Ya hace tiempo que Roberto Carlos nos hizo cantar a todos ‘Yo quiero tener un millón de amigos’, y hoy por fin es posible tenerlos a través de Facebook o Twitter. Tenerlos, o creer que los tenemos. Está claro que el ser humano se realiza y reafirma cuando interactúa con otros, y en este sentido no cabe duda de que Internet ha venido a engordar muchos egos conformistas. Cuando estás comiendo con alguien, con un grupo de amigos, y al ver llegar la paella a la mesa se apresuran a coger el móvil antes que el tenedor, no puedo evitar preocuparme. Te importa más presumir ante tus pares del homenaje que te vas a dar que disfrutar de él. Demostrar a los otros lo bien que te va, al margen de que sea verdad o no. Nos preocupamos más por aparentar la felicidad que por tenerla.

De igual manera, las redes sociales nos brindan la oportunidad de tener muchos amigos, e ilustres si queremos. Así se explica que quien tiene más seguidores en Twitter sean Lady Gaga (20 millones), Justin Bieber (18)m Katy Perry, Rihanna, Shakira, Britney Spears. Entre los españoles, arrasa Alejandro Sanc, con cinco millones de followers, seguido de Miguel Bose o David Bisbal.

No creo que ninguno de estos personajes destaque por lo sesudo o profundo de sus pensamientos, por generar opinión. En todo caso, polémica por hablar sin pensarlo dos veces o por meter la pata. No creo, pues, que las redes sociales encuentren su mayor virtualidad en ser medios de opinión. No es su función principal. O el fin principal por el que más de 500 millones de usuarios están en Twitter.
Nosotros somos periodistas y sospecho que el uso que hacemos de las redes sociales no es el mayoritario. Las redes sociales son hoy más entretenimiento, el redescubrimiento de una necesidad de socialización que, en un primer momento, las nuevas tecnologías nos arrebataron. Parecía que la red nos iba a hacer asociales, a volvernos seres aislados e insociables, nos preocupaba que nuestros hijos ya no jugaban en la calle, abobados con la videoconsola, pero resulta que ahora, a través de esa misma pantalla, hemos encontrado una fórmula fabulosa de interacción, de comunicación interpersonal ajena a cualquier limitación espacial. Es posible entrar en conexión con cualquier persona allá donde esté. Escribirle, hablarle e incluso verla en tiempo real.

Está claro, pues, que las redes sociales son instrumentos de comunicación, pero lo que no tengo claro yo es que sean medios de comunicación. Lo que quizá sí sean es fuentes de información, que es distinto. El pasado 1 de noviembre, la tan publicitada noche de Halloween acabó en tragedia en Madrid. Tres chicas fallecieron aplastadas en una macrofiesta en el Madrid Arena. Las redes sociales ardieron pronto con mensajes de jóvenes testigos del suceso, algunos criticando la falta de seguridad del recinto o el exceso de aforo; otros subieron fotos y vídeos conmovedores, otros anunciaron a través de facebook que estaban vivos de milagro…

No se hablaba de otra cosa, pero creo que ningún ciudadano acudió a Twitter o Facebook a enterarse de lo sucedido. Acudieron a las ediciones digitales de los periódicos, a la televisión, a la radio, a los periódicos impresos del día siguiente. Fuimos los medios de comunicación, ABC.es, por ejemplo, los que buceamos por las redes sociales en busca de esas imágenes, esos vídeos, esos testimonios con los que luego construimos e ilustramos nuestras crónicas. Y conseguimos incluso materiales que de otro modo, antes, no habríamos logrado. Fotos que hieren incluso la sensibilidad y el honor, que un fotógrafo profesional no habría sacado pero que con la excusa de que ya están en la red ocupan portadas sin conflicto,

Las redacciones profesionales sí que hemos encontrado, pues, en la red, en esos foros públicos, un filón en donde saltar las restricciones de los gabinetes de prensa oficiales. Madrid Arena no respondía a las llamadas de la prensa, pero las personas que allí estaban aquella noche contaban y enseñaban por doquier lo que ellos querían ocultar. Obviamente, ello es posible no solo porque existe twitter, sino antes y sobre todo, porque todos llevamos en nuestro bolso o bolsillo un teléfono con cámara de fotos y de vídeo.

Todos, pues, somos potenciales fuentes informativas, potenciales fotógrafos, cámaras o periodistas a la caza de la noticia. Ahora bien, quienes la cuentan, quienes generan opinión, quienes acercan a los ciudadanos el mundo siguen siendo los medios de comunicación. Las marcas arraigadas y con prestigio, las que damos garantía de veracidad, de que lo que se está contando es así, es cierto. Las redes sociales dijeron desde el minuto 1 que se habían producido fallos de seguridad, pero no es hasta que lo dicen los medios de comunicación que le damos carta de naturaleza y de verdad.

Cualquiera puede expresarse en su muro, pero precisamente por eso, porque cualquiera puede hacerlo y no se exigen responsabilidades a quien diga mal, los medios de comunicación tradicionales nos hacemos hoy más pertinentes y relevantes, determinantes que nunca. Somos la voz que aflora entre el ruido atronador de millones de voces hablando. Millones de voces que a veces ni siquiera es la de uno mismo. Elena Valenciano ha sido una de las últimas que vio suplantada su identidad en Twitter. En ocasiones, la suplantación es consentida. Me atrevería a afirmar que algunos de los famosos con más seguidores en redes sociales ni siquiera alimentan ellos sus cuentas, sino que tienen quienes se las administren y consigan engordar el listado de seguidores con estrategias bien medidas.

Tan medidas, que las redes sociales se han convertido, eso sí, en un nuevo soporte publicitario. Entre 3.000 y 20.000 euros por mensaje o campaña pueden cobrar jugadores como Iniesta, Puyol o Víctor Valdés por lanzar tuits en los que hablan, sin decir que se trata de publicidad, de las virtudes de tal o cual producto.

Iniesta, con 4,6 millones de seguidores, mandó el 1 de junio el siguiente tuit: «Me encantan los anuncios de Estrella Damm! Que os parece el de este año?», con un enlace al vídeo del anuncio. Un día antes, Víctor Valdés (1,4 millones de seguidores) publicó una llamada similar con enlace al mismo anuncio. La selección española se encontraba concentrada para la Eurocopa, con lo que los jugadores estaban de máxima actualidad. La credibilidad de las redes sociales, pues, queda bastante en entredicho, aunque a su favor cuente con la espontaneidad e independencia de quien opina libremente, sin hacerlo bajo las normas deontológicas del periodismo. Normas que por un lado son garantías de veracidad, contraste, confirmación de las fuentes, pero que por el otro también restan espontaneidad, literalidad e imponen unos filtros de decoro y buen gusto que sí pueden traspasarse sin consecuencias en las redes sociales.

No es opinión todo lo que reluce en la red, pues. Y aparte pienso que tampoco ha nacido para serlo. Si en 59 segundos ya se constaba lo difícil que es resumir en un minuto un pensamiento completo, coherente y bien razonado, no pretenda hacerse en 140 caracteres. O si nos basta con esa longitud, es que nuestro cerebro no está trabajando demasiado ni llegando demasiado lejos. Así, que nadie espere entender la crisis a través de Twitter. Las redes premian el pensamiento superficial y espontáneo, que a mí me motiva bien poco. Que me interesa bien poco. Que me aporta nada. Y de hecho, mucho de los que juegan a sentar cátedra online solo están pendientes de comprobar cuánta gente les retuitea. Una expresión más de la simpleza y vacuidad, de lo frágil del ecosistema social en el que nos movemos. Un paso más en esa inflación de opinadores, que empezaron a multiplicarse cuando las tertulias descubrieron una versión de reality show disimulado bajo la apariencia de información, y que alcanza su punto culminante en las redes sociales, donde el afán de ser original, combativo, de llamar la atención adormece por completo el sentido del ridículo.

O por el contrario, la posibilidad de esconderte fácilmente, de ocultar tu identidad, te envalentona. Te vuelve más descarado e incisivo. Te anima a decirte lo que no tendrías narices de declarar cara a cara. Bajo la gallardía que reporta el anonimato, uno insulta a placer, descalifica a ABC como a cualquier otro medio. Pero ese mismo anonimato de la expresión anula el insulto y deja reducido al mínimo el interés de lo que se dice. Los argumentos tienen valor por quién los dice. Y si uno no se atreve a mostrarse o muestra un perro por avatar, poca atención merece.

De alguna manera, creo que las redes sociales ejercen el doble y contradictorio juego de, por un lado, multiplicar las posibilidades de expresión, y a la vez protegernos, poner una barrera que nos evita enfrentarnos al cara cara. Los propios políticos recurren a su twitter cuando quieren lanzar determinados mensajes burlando el filtro del periodista. Un subterfugio por el que han querido escaparse de los medios de comunicación, pero con poco éxito. El twitter de Rubalcaba contra… solo cobra relevancia cuando se hacen eco de él los medios de comunicación. Cuando la prensa, la radio o la televisión, cumpliendo con esa función de selección de lo relevante, lo llevan a sus titulares.

Insisto, pues, en que reconozco el valor de las redes sociales como nueva fuente de información para los medios, pero me cuesta verlo como un instrumento válido de opinión de masas. De las redes han nacido movimientos como el 15M, es cierto, pero no surgió en torno a twitter o facebook un espacio de análisis, de exposición razonada del pensamiento. Se lograron arrastrar masas a la Puerta del Sol y otras ciudades, sí. Pero no fue el medio de expresión del descontento. El medio fueron las manifestaciones, la unión de fuerzas en un lugar físico. Y el altavoz, los medios de comunicación. No eres nadie por estar en las redes, porque está todo el mundo. Pero en los medios siguen apareciendo solo quien es noticia. Y las propias noticias circulan y se amplifican por la red. Cuando las retuiteas o las enlazas en tu Facebook. Pero antes han existido y han nacido en la web de un periódico, de un medio de comunicación de masas.

Los medios de comunicación han de ser profesionales. No digo que tengan que seguir siendo periódicos impresos ni emisoras de radio escuchadas en un transistor o cadenas de televisión, digo que el periodismo es una profesión que debe ejercerse por conocedores de la misma. Y a partir de ahí, el soporte, el como se distribuya el producto de ese oficio, será lo de menos. ¿Alguien se ha parado a pensar cómo llega a nuestra casa el jamón o el pan? Lo importante es que esté rico. Que nos guste. Y nos quite el hambre. También de noticias.

Montserrat Lluis
Subdirectora de ABC

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