Fotografía de archivo de Ignacio Martínez

Negros y andaluces, por Ignacio Martínez

Artículo publicado en El Diario de Cádiz el 14 de Noviembre de 2012

MAÑANA empieza en Cádiz la segunda cumbre iberoamericana de la historia. La primera se produjo hace dos siglos, cuando se reunieron tres centenares de diputados para redactar la Constitución de 1812, que en su artículo primero decía que «la Nación es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios». Aquello fue el principio de una nueva era y esta cumbre se celebra en el inicio de otra nueva época. Lo recordaba ayer el secretario general iberoamericano Enrique Iglesias en el Foro Eurolatinoamericano organizado por la Asociación de Periodistas Europeos. Un seminario que contó con la destacada presencia de los ex presidentes González, de España, y Samper, de Colombia.

Si La Pepa fue el preludio de la independencia de las naciones americanas, la coyuntura española desvió la intervención de Felipe González hacia la cuestión catalana. Sostuvo que aquel liberalismo conservador era de carácter censitario, limitado por razones económicas, y afectaba a la mitad de la población porque las mujeres no tenían derecho a voto, y estaba el monopolio del comercio con América y el tráfico de esclavos… pero la Constitución de Cádiz supuso el paquete básico de los derechos de ciudadanía. Tras ella vino una segunda oleada histórica con los derechos sociales y luego una tercera con los derechos identitarios, que son sentimientos de pertenencia.

Sobre este asunto recalcó que el fundamento de la democracia es la igualdad entre derechos y obligaciones. Que dentro del Estado nación el derecho a decidir concierne a todos los ciudadanos y no a una parte de ellos. Que intenta no alimentar la dinámica entre separatistas y separadores… Pero mostró su disgusto porque la primera autoridad del Estado en Cataluña cuestione la legitimidad del Estado democrático y haga una propuesta que no tiene salida. ¿Qué solución hay para este embrollo? El federalismo. Pero advirtió que nunca su asimetría debería afectar a los derechos y obligaciones, que serían los mismos para todos.

Rebobinando dos siglos, Ernesto Samper se quejó de la escasa delegación americana en las Cortes de Cádiz, en las que los 16 millones de americanos estaban representados por 24 diputados, y once millones tenían el resto. Claro que entre los 16 millones se sumó a indios y negros, que no contaban. Explicó que en aquella época el Papa consideraba a los negros «inmundas sentinas sin alma». Frase lamentable, pero las hay parecidas y bastante recientes. Por ejemplo la que Jordi Pujol reeditaba en 1976 sobre el andaluz: «Es un hombre destruido, poco hecho, que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. De entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España». Las eras y las épocas irán pasando, pero tampoco se avanza tanto.

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