Patxi López e Íñigo Domínguez

«Todos reconocemos que una sociedad solo puede ser libre si está bien informada»

Íñigo Dominguez en la entrega del XXII Premio de Periodismo Europeo "Salvador de Madariaga"

Estoy contentísimo de recibir este premio, y muy agradecido al jurado por haber pensado en mí y creer que lo merecía. De verdad, me ha hecho mucha ilusión. Estoy en un momento de cambio, de periódico, de país y de ciudad, que no siempre es fácil y me ha animado mucho.

Ahora me tengo que creer yo que lo merezco. Porque según las motivaciones del jurado, algo de lo que he escrito ha sido “una referencia para los lectores, que han encontrado claves para interpretar mejor estos tiempos convulsos en la UE”. Sinceramente, si así ha sido, ha sido sin querer. No entiendo gran cosa de estos tiempos convulsos, y estando en Grecia o Italia, para explicar lo que estaba pasando el sentimiento más abrumador era el de no comprender qué demonios estaba pasando. ¿Qué nos está pasando?

Este premio lleva el nombre de Salvador Madariaga, que fue un exiliado, podríamos decir un refugiado, antes de que existiera oficialmente este concepto. Dudo que estuviera muy contento con la Europa de hoy. Es más, dudo de que hoy, huyendo de un país en guerra en busca de refugio, le dejaran pasar. Es más, pagarían para que no llegara. Gracias a la hospitalidad y generosidad de otros países, de Reino Unido entre otros, pudo vivir en libertad y llegar a ser el que era y el que fue. No sabemos qué habría pasado si le hubieran confinado a un campo de retención durante años. Tal vez hoy no existiría este premio, y entonces tampoco me lo habrían dado. Y eso sí que ya me parecería mal. Estamos negando a miles de personas, de familias que huyen de la guerra en Siria, un futuro. Estamos perdiendo un río humano de riqueza, no solo de problemas.

Por otro lado estamos en Cuenca, que es una de las dos provincias de España, la otra es Guadalajara, creo, que ya no tiene un periódico de papel diario. Solo semanal. Hay diarios digitales, sí, pero es una señal de alarma. Mañana no saldrá la foto de este acto en ningún diario de papel, que también me parece mal, aún me hace ilusión el periódico. Pero mucho peor, obviamente, me parece que dejen de aparecer otras cosas infinitamente más importantes. Que la gente tenga menos manera de saber cosas que pasan, que salen menos en la tele, o se le escapan en la radio, o no están entre las primeras de una web.

Los valores europeos y el periodismo, es así, no pasan por su mejor momento, pero pocas cosas más aburridas que hablar de ello, de la crisis del periodismo y de la crisis los valores europeos. Porque la verdad es que no hay que perderse en muchas discusiones: ya lo sabemos. Y sabemos perfectamente lo que está mal y lo que está bien, lo que deberíamos hacer y no hacemos. Lo desgarrador es que en las dos cuestiones hay un gran acuerdo entre todo el mundo, es un asunto que pone de acuerdo a derecha e izquierda, ateos y creyentes: a todos nos horroriza ver a niños repelidos con gas lacrimógeno y pelotas de goma, todos reconocemos que una sociedad solo puede ser libre si está bien informada. Pero nos olvidamos. Olvidar lo que uno es, lo que uno debe ser, tiene un riesgo enorme, el de tener que volver a aprenderlo de forma imborrable, con un alto precio, y eso nunca es agradable.

Me pregunto a qué se debe tanta insensibilidad, y me atormenta que una cosa tenga que ver con la otra. Es decir, la gente es menos sensible a lo que ocurre porque los medios se lo contamos mal, o no sabemos contagiar esas emociones, o no insistimos en los valores adecuados. Emocionar, y no excitar, que es bastante más difícil. Informar, y no distraer, en todas sus acepciones. Sí que creo que los medios estamos contando lo que pasa en Europa, aunque algo debemos de hacer mal y no tenemos que dejar de preguntarnos qué es. En todo caso, por supuesto, le echaré también la culpa a los políticos, aprovechando que aquí hay algunos presentes. Ellos ya saben, no voy a entrar en detalles.

Si Cuenca estuviera en la frontera, con miles de inmigrantes a las puertas, estoy seguro de que los vecinos, los ciudadanos de aquí, se comportarían como he visto comportarse a los ciudadanos griegos, a los ciudadanos italianos: les ayudarían, se pondrían de su parte, tomarían partido. No tendrían ningún debate o duda sobre lo que se debe hacer. Hacer sentir cercanas esas sensaciones es tarea nuestra. Pero también es deber de los políticos no alejarse de ellas. Yo, en mi confusión, es lo que he intentado: hablar de ese desconcierto, de ese desamparo, de esa incomprensión y distancia con los que mandan, del dolor de la gente que sufre, aquí en Europa.

Políticos y periodistas tenemos en común que sabemos mentir bien, o esa forma sutil y habilidosa de la mentira, también inconsciente, que es no decir todo, o distraer la atención con otras cosas, o perder de vista, como decía, qué somos y para qué estamos ahí. Es decir, nuestra vocación más genuina, pura y casi infantil. La crisis de la prensa y de la política en Europa tiene mucho que ver con esto. Necesitamos periodismo de verdad para una Europa de verdad.

Antes de terminar, quiero dedicar este premio a mis antiguos compañeros de El Correo y de Vocento, y a mis nuevos compañeros de El País, que me tan bien me han acogido y me han ayudado en esta nueva etapa.

Pero sobre todo a mi mujer, Guendalina, que ha hecho tantos sacrificios por mí, para que yo haga mi trabajo y para que pueda estar aquí.

Muchas gracias.

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