Vargas Llosa y el nacionalismo, por José Antonio Zarzalejos

José Antonio Zarzalejos

Artículo publicado originalmente en La Vanguardia el 1 de Diciembre de 2013.

EL ÁGORA

Estamos en una aceleración de la catalanofobia, pero también de la hispanofobia.

Soy un impenitente lector de las novelas de Mario Vargas Llosa. Me acerco a sus artículos y análisis de actualidad con alguna prevención y no disfruto tanto como esperaba de sus ensayos. Pero en todos los géneros su prosa es magnífica e, incluso, en sus pocas obras teatrales emerge siempre su brillantez y vigor. La temporada pasada se representó en Madrid La Chunga, interpretada magistralmente por Aitana Sánchez Gijón, con la que antes el escritor se subió a las tablas para representar tres piezas diferentes. Vargas Llosa es un intelectual completo y polifacético que hizo incursiones políticas fallidas en Perú, en donde resulta una personalidad mucho más polémica que en España.

Aquí, el compromiso político de Vargas Llosa se ha materializado en un apoyo efectivo y afectivo a UPyD, cuya sede en Barcelona ha sido bochornosamente ocupada por independentistas. No creo que a Rosa Díez nadie le haya escrito un elogio de la magnitud del de Vargas Llosa en el diario El País el 11 de mayo de 2011 titulado Una rosa para Rosa. En esa línea, muchos intelectuales españoles parecen comprometidos con el partido de la política vasca y con el de Albert Rivera. UPyD y Ciutadans disponen de una gran capacidad de seducción porque llevan en su frontispicio el proyecto de ciudadanía igual que tanto se ha deteriorado en los últimos años. Inquieta, sin embargo, que Vargas Llosa nos proponga sobre los nacionalismos un planteamiento hermético y cerrado que a unos empuja a la intolerancia y a otros a la perplejidad.

La descalificación del nacionalismo es radical en el discurso ideológico del premio Nobel porque lo considera una “aberración”, expresión que remite a dos significados negativos: es aberrante aquello que constituye una desviación de lo que puede considerarse normal o lícito y aquello que es un error grave del entendimiento y de la razón. De ahí que Vargas Llosa propusiera en su discurso en el diario El Mundo el pasado día 21 de noviembre, al recoger uno de los premios periodísticos que anualmente concede el periódico madrileño, que combatamos “sin complejos de inferioridad, absolutamente convencidos de que el nacionalismo es la negación de la civilización, de la democracia, de todas las instituciones que han ido desbarbarizando la vida y humanizando al ser humano”.

¿Todos los nacionalismos son iguales? Parecería que sí lo fueran para nuestro autor, porque acto seguido advirtió: “Es verdad que hay nacionalistas pacíficos, cultos y benignos que parecen inofensivos. No nos engañemos, esa es una apariencia, esa es una postura fugaz y momentánea; basta escarbar lo que se esconde tras ella, y lo que se esconde tras ella es el prejuicio, es, en última instancia, la discriminación, el encono, la violencia”. En conclusión, el nacionalismo, en cualquiera de sus formas –también, por lo tanto, el español– sería un mal ontológico, esencial y, además, irredimible.

En mi modesta opinión cuando el intelectual levita en las abstracciones puramente esteticistas y pretende aplicar determinados principios de puridad universalista a la convivencia lo que consigue es maltratarla y aumentar el problema civil con una hipérbole semántica especialmente dañina por su absoluta esterilidad. Cuando un pensador de la talla de Vargas Llosa incurre en ese error nos plantea un problema injustamente irresoluble. En España, el nacionalismo catalán y el vasco, que son y han sido y seguramente serán, mayoritarios, incluso hegemónicos en amplísimos sectores sociales, ni justifican ni consienten un análisis de la factura del elaborado por Vargas Llosa. Porque si lo diésemos por mínimamente bueno, históricamente generalizado y actualmente acertado nos conduciría a una confrontación que, además de indeseable, resultaría injusta.

La aspersión de este prontuario de correcciones políticas contra los nacionalismos periféricos está impactando en el catalán de perfil secesionista que, debido a su radicalización verbal, se ha convertido en preocupante diana de adjetivaciones infamantes que se utilizan con una frivolidad que escarnece. También a esta deriva alarmante debería referirse Vargas Llosa y cuantos otros intelectuales se abstraen de la realidad para dictar estos veredictos tan irrestrictos. Estamos en una aceleración de la catalanofobia, pero también de la hispanofobia. Hay comportamientos ciudadanos que deben reclamarse de manera recíproca. En Catalunya también determinados sectores han perdido la mínima contención verbal exigible y no restringen ni controlan el lenguaje ni las maneras. Debe tenerlo en cuenta la Generalitat cuando ponga en marcha las medidas anunciadas para salir al paso de la insidia insultante que detecta.

Salmond y Mas

Alex Salmond se queja de lo mismo que Artur Mas: Londres, de una manera, y Madrid, de otra, recurren a los “argumentos del miedo”. El Gobierno británico ha aclarado que si Escocia se independiza la tratará como un “país extranjero” y, aquí, el gobernador del Banco de España, ha dicho que una Catalunya independiente quebraría. En ambos casos, los ejecutivos advierten con la salida de Escocia y Catalunya de la Unión Europea. Podrán ser argumentos que inciten al temor, pero también deben hacerlo a la reflexión. Es el coste de la independencia y subrayarlo, un ejercicio de responsabilidad imprescindible. Las arcadias felices no son de mejor calidad argumental que las advertencias de las consecuencias negativas. Cada cual asume su papel.

Herrero y Roca

El vértigo del desafecto”. Sobre este sugerente asunto debatirán en Madrid, el próximo día 16, Miguel Herrero y Miquel Roca. Convoca a ambos la Asociación de Periodistas Europeos y la Fundación Diario Madrid que ya han organizado dos encuentros sobre las relaciones entre Catalunya y el resto de España. Miguel Ángel Aguilar y Àngels Barceló moderarán el debate. El que se celebró en Barcelona con el profesor Rubio Llorente y Manuel Cruz fue tan exitoso como el previo entre Joaquim Coll y José Álvarez Junco. Estas iniciativas, más que necesarias son imprescindibles. La incomunicación lleva a la recíproca ignorancia y la incomprensión también mutua. Si, al final, la ruptura es inevitable, que no se produzca por no haber procurado el entendimiento.

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