Algo no es como me dicen, por Montserrat Domínguez

Montserrat Domínguez en uno de los encuentros organizados por la APE

Publicado por Montserrat Domínguez en La Vanguardia el 30 de Abril de 2010

Gordon Brown no se percató del micrófono abierto en su solapa y llamó intransigente a una abuela. Pero lo que le preguntaba Gillian Duffy, de 66 años, votante laborista de toda la vida, es lo que atormenta a muchas abuelas-madres-hijas del Viejo Continente. ¿Qué vamos a hacer con esta inmensa deuda, Gordon? ¿Por qué tengo que seguir pagando impuestos a los 66 años, Gordon? ¿De dónde viene esta manada de inmigrantes del Este? ¿Por qué ellos tienen derechos y algunos de nosotros no? Contéstame, Gordon.

Brown, Merkel, Zapatero o Sarkozy pueden quedarse roncos dando respuesta en detalle a estas preguntas. Pero no hay ni un político al mando –vivir ahora en la oposición es mucho más dulce– que esté siendo capaz de articular una respuesta al creciente y apabullante desencanto social.

Esta semana, en Gijón, la Asociación de Periodistas Europeos proponía a un grupo nutrido de actores económicos, sociales y políticos extraer lecciones de la actual crisis. Una tarea para valientes, justo cuando conocíamos nuestra salvaje tasa de paro –20%, lo que auguraba el comisario Almunia hace un año–, la rebaja en la calificación de la deuda del Reino de España, según Standard&Poor’s, y la desidia de Alemania por acudir al rescate de Grecia.

La situación es casi de película porno; nunca antes habíamos asistido a tantos y tan explícitos datos negativos encadenados, y eso, alertaba el catedrático Emilio Ontiveros, tiene un peligroso impacto en la credibilidad de las instituciones. «Los mercados quieren sangre, y la UE no debería dársela», decía el líder de la UGT, Cándido Méndez, visualizando a Grecia como una gacela de la sabana, al albur de los leones, con el resto de la manada huyendo despavorida. El presidente del CSIC, Rafael Rodrigo, detectaba síntomas de fatiga en la inversión en ciencia y en tecnología; el ex ministro Claudio Aranzadi proponía olvidarnos de aventuras y centrarnos en innovar en los sectores tradicionales de nuestra economía, mientras que el presidente del CES, Marcos Peña, insistía en que nuestra oferta educativa es radicalmente opuesta a la que exige el mercado.

No eran análisis catastrofistas, pero estaban a años luz del optimismo del gobierno que escuchamos de boca de la ministra Garmendia –»el cambio del modelo productivo ya se está produciendo»– o del ministro Corbacho, que hacía de caja de resonancia de los nuevos vaticinios de Zapatero e insistía en que los datos del paro en abril son «relativamente buenos».

No, hay algo que no encaja en la angustia que vive la calle –convenientemente alentada por algunos–, el pesimismo matizado de los expertos, y la animosa confianza en el futuro que destila el gobierno. Me recuerda al título de un libro de Juan José Millás: Hay algo que no es como me dicen. El divorcio de Zapatero con la percepción ciudadana se ahonda día a día, a medida que constatamos que la crisis ha llegado para quedarse, terca, mucho más tiempo del previsto.

Brown, el gafe

El patinazo de Brown le hizo llegar al decisivo debate sobre economía como un boxeador sonado, cuando partía con ventaja. En The Guardian acudían a su rescate con humor británico: pedían una frase a los lectores que ayudara a Brown a deshacer el entuerto. «Blair y yo nos decíamos cosas peores», sugirió uno. «Dimito», otro. «Votad por Clegg, a mí también me gusta», dijo un tercero.

Garzón y el vértigo

El juez de la Audiencia Nacional ha confesado cierta sensación de vértigo ante las manifestaciones de apoyo por la investigación de los crímenes franquistas. Presiente que se ha desatado un movimiento popular que trasciende su figura, pero es consciente de que no le beneficia, necesariamente, ante el Supremo. Mientras, siguen los intentos, algunos disparatados, por encontrar una salida extrajudicial al laberinto procesal.

Fuga de cerebros

La ministra de Ciencia no está preocupada porque se vayan científicos españoles: ya no es porque no tengan las condiciones adecuadas para investigar, dice, sino porque son valores que cotizan en el mercado internacional. Sí preocupa a Garmendia la poca audacia de las pymes para apostar por la innovación, pese a los estudios que demuestran que hace aumentar su producción, su capacidad de exportación y la calidad del empleo.

Secciones