La reunión en Budapest de los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Estados Unidos, Donald Trump, se ha cancelado. Aunque hay que lamentar un nuevo rechazo de Moscú a finalizar su invasión de Ucrania y la incomprensible complacencia de Washington con Moscú, algunos europeos hemos respirado con alivio. Al menos, nos hemos ahorrado una nueva humillación a la UE, atrapada en el juego de poderes de las superpotencias, lideradas por déspotas y expansionistas.
Porque habría sido difícil digerir que Putin y Trump se vieran en un Estado-miembro de la Unión Europea sin ninguna participación de Bruselas, como ha ocurrido ya en anteriores negociaciones, o que el avión del tirano de San Petersburgo hubiera tenido que sobrevolar territorios de la Alianza Atlántica. Además, un portavoz húngaro ya insinuó hace días que el mandatario ruso no sería detenido, a pesar de la orden del Tribunal Penal Internacional, dictada contra él por sus crímenes de guerra.
La rivalidad económica entre Estados Unidos y China y la agresividad de la vecina Rusia dejan a la Unión Europea entre el vasallaje ante el autoritarismo voluble de Trump y la necesidad de ser autónoma en defensa. La Casa Blanca que ha convertido los aranceles en arma para resolver sus problemas económicos endémicos o sancionar a países contrarios a sus intereses, ya no quiere ser el paraguas protector de sus aliados. Su inquilino presiona a España para que aumente su gasto militar hasta el cinco por ciento de su Producto Interior Bruto, mientras los demás países de la OTAN ya lo han aceptado.
Alemania, Polonia, Finlandia y los países bálticos sienten muy cerca la amenaza rusa, agravada por la guerra sin cuartel contra Ucrania y los intentos desestabilizadores de Putin mediante ciberataques, campañas de bulos o buques con bandera de conveniencia que sirven a Moscú burlando las sanciones comunitarias y debilitando estructuras submarinas europeas. Sin olvidar, la influencia del Kremlin dentro de la misma Europa de los 27, con gobiernos pro-rusos en Hungría y Eslovaquia o su afinidad ideológica con partidos populistas de los dos extremos, cada vez más fuertes en la UE, que practican el euroescepticismo y enredan en el Parlamento Europeo planteando mociones de censura, por ahora sin éxito, a la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen.
Por la independencia de Europa
Precisamente el martes, la democristiana alemana presentó ante el Pleno el plan por la Independencia de la Unión Europea. Tecnológicamente, también tiene que hacerse mayor. A pesar de haber liderado durante siglos la innovación y los avances científicos, no hay ninguna empresa del Viejo Continente que compita con “los siete magníficos”, los gigantes estadounidenses Amazon, Apple, Google, Meta, Microsoft, Nvidia y Tesla. Pisándoles los talones, los chinos Huawei y Tik Tok penetran en los mercados occidentales bajo sospecha de practicar espionaje. Mientras, el dictador Xi Yin Ping estimula la competencia desleal con Europa por medio de ayudas estatales encubiertas a su industria.
La carencia de materias primas es otra debilidad de la UE. Cuenta con un Reglamento para reducir su dependencia de China en tierras raras, esenciales para la fabricación de baterías destinadas a telecomunicaciones, automoción y armamento e importantes, por lo tanto, en la descarbonización y la protección del medio ambiente. Afortunadamente, siete minas de Castilla-La Mancha, Galicia, Extremadura y Andalucía se incluyen en el plan comunitario destinado a potenciar la extracción de algunos de estos minerales estratégicos, como el litio y el wolframio. Bruselas quiere evitar pasar de la dependencia de los hidrocarburos rusos a la de China en materias raras.
Si la UE quiere frenar su pérdida de competitividad, debe lograr la armonización fiscal y acabar con el exceso de regularización. Por ello, Von der Leyen anunció en la Eurocámara la reducción de la burocracia para ciudadanos y empresas. Difícil objetivo cuando hay asuntos que requieren la unanimidad de los Estados. El complicado proceso de la toma de decisiones podría agravarse aún más por futuras ampliaciones de la UE a países de los Balcanes occidentales (Albania, Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia) o de la antigua Unión Soviética, como Ucrania, Georgia y Moldavia.
La UE, faro de esperanza
A lo largo de sus 75 años, las iniciales Comunidades Europeas se han forjado a base de crisis que han impulsado la integración comunitaria, logrando, así, hitos históricos: una organización supranacional de 450 millones de habitantes, con autonomía agroalimentaria, elevado grado de cohesión económica y social y el euro de la Eurozona convertido en segunda moneda de reserva; la UE es el mayor exportador mundial de servicios y el segundo mayor exportador de bienes, posee la red más extensa de acuerdos comerciales, que promueven el desarrollo y el fortalecimiento de instituciones democráticas a nivel global.
En la Unión Europea impera la Ley, la separación de poderes y el respeto de los derechos humanos. Si por ahora, en EE.UU solo los tribunales están frenando las decisiones arbitrarias de Trump, la UE es un faro de esperanza para mantener la libertad y la dignidad de las personas.
Antiguos altos cargos y exfuncionarios de la Unión interpelan a los dirigentes comunitarios a acelerar el proceso de integración rápidamente, ante la magnitud de los desafíos geopolíticos. A diferencia de Estados Unidos, China y Rusia, aquí, las críticas son bienvenidas: Las de los ex primeros ministros italianos, Enrico Letta denunciado el inconcluso Mercado Único, y Mario Draghi pidiendo movilizar 800.000 millones de euros anuales en inversión para frenar el declive competitivo europeo; o la del exvicepresidente de la Comisión, Josep Borrell, reclamando que la UE sea un actor y no un espectador en la escena mundial.
Para superar la difícil situación actual, la Unión Europea tiene que dar un salto en su evolución sin dejar de ser lo que es. Es decir, manteniendo su modelo de valores y bienestar social. ¡Casi ná!




