Marcos Giralt Torrente

Palabras del presidente del jurado del XL Premio de Periodismo «Francisco Cerecedo», Marcos Giralt Torrente, en la ceremonia de entrega a Carlos Alsina

Majestades,

Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos, secretario general, autoridades, señoras y señores.

Con el de esta noche, la Asociación de Periodistas Europeos ha entregado 40 premios Francisco Cerecedo de Periodismo. El primer ganador, en 1983, fue Rafael Sánchez Ferlosio y, el presidente del jurado que se lo concedió, Gonzalo Torrente Ballester. No puedo sino mostrarme agradecido. Al honor de presidir el jurado de este año se une la emoción de relevar a mi abuelo treinta años después en la misma tarea.

Cualquier proyecto echa a andar con incertidumbre y supongo que ese fue el caso del Premio Francisco Cerecedo en sus primeras ediciones. Sin embargo, lo que entonces algunos tal vez consideraron una iniciativa efímera destinada a honrar la memoria de un periodista ejemplar y muy querido por sus colegas, como era Cuco Cerecedo, ha acabado convirtiéndose en uno de los galardones de periodismo más prestigiosos. La razón de ello reside en el acierto de sus sucesivos jurados, al configurar una nómina impecable de galardonados a la que hoy se une, con todo el merecimiento, Carlos Alsina. Felicidades, Carlos.

Señor, casi soy vuestro coetáneo estricto. Nací en febrero de 1968, menos de un mes después de que su majestad lo hiciera. Más allá de las diferencias de cuna y circunstancias, compartimos indudablemente una memoria común. Como el propio Carlos Alsina, que nació en 1969, nos hicimos niños y luego adolescentes en un país que despertaba. Cada día auguraba un reto nuevo, un peligro nuevo, una conquista nueva, y en ese devenir, empezando por vuestro propio padre, fueron muchos, desde todos los estamentos de la sociedad, los que nos iluminaron. Entre ellos, numerosos periodistas, como Cuco Cerecedo y otros que nos acompañan esta noche, sin cuyo sano y responsable ejercicio de la profesión -osadía cuando era requerida, prudencia cuando se imponía-, las cosas habrían sido más complicadas. Hoy, en que premiamos orgullosamente a uno de los nuestros, debemos honrar también a esa generación de la que aprendimos.

Pero no debemos mecernos en la nostalgia ni cegarnos con el orgullo. Hay retos considerables, hay sombras. La revolución digital, que nos ha traído tanto bueno, muestra penumbras que resultan preocupantes. Una de ellas, especialmente importante, atañe a las formas nuevas de transmitir la información. Tenemos una generación, la que aún no ha cumplido veinte años, que no lee los periódicos ni ve la televisión ni escucha la radio, a la que la información, de segunda, tercera, cuarta o quinta mano, le llega filtrada por el algoritmo y sesgada por la opinión del comunicador de turno en los 60 segundos que dura de media un tiktok. Es cierto, no todos los tiktokers son iguales.  Se puede elegir. Pero, elijamos unos u otros, el formato, fiel aliado de la ansiedad consumista contemporánea, no favorece la profundización. Me objetarán que existen nichos digitales más amplios, que hay podcasts, por ejemplo, que son obras maestras del periodismo. Lo sé. Ahora bien, ¿quiénes se beneficiarán de esas perlas en el lodo? Sin duda, muchos de los niños que hoy se columpian de tiktok en tiktok, debemos ser optimistas; pero a la mayoría, guiada por el algoritmo, cada vez le será más difícil obtener un relato fidedigno de la realidad. Y, si falla la realidad, porque se atomiza y disgrega, ¿qué panorama se abre? El periodismo, como la academia, en su función de transmisor de un conocimiento fehaciente sobre la realidad, es un elemento crucial en la articulación de la sociedad. Sería una tragedia que mientras unos corren a depauperarlo para intentar sobrevivir, el de verdad acabe convertido en un asunto de élites. El foro público se deterioraría y las consecuencias políticas serían nefastas.

Por fortuna, tan sombría profecía no se ha cumplido. Todavía, y eso es al fin y al cabo lo que estamos celebrando hoy, hay abundantes y muy vigorosos ejemplos de buen periodismo, profesionales que demuestran en su desempeño que, frente a las inercias, las renuncias o el derrotismo, solo hay una manera de encarar el porvenir. Con las recetas de siempre, independencia y rigor, y, ahora más que nunca, con la mirada abierta a la experimentación. Al igual que Cuco Cerecedo en su día, esto es algo que Carlos Alsina domina.  Alsina no sólo posee de forma patente todas las virtudes exigibles en su profesión (objetividad, autoexigencia, compromiso con la verdad y con los valores de la ilustración y singularmente con la creencia en la igualdad de los seres humanos y en su derecho a ser tratados en correspondencia, también a la hora de ser informados). Como señala el acta del jurado que tuve el honor de presidir, además “es un innovador en la creación y reinvención de formatos radiofónicos, como las ficciones sonoras y los espacios de divulgación cultural. Su mirada no sólo acerca a los oyentes a la realidad española, es una ventana a Europa y al resto del mundo”.

Tengo la convicción de que cuantos más Alsinas haya, más sana y mejor defendida estará la sociedad. ¿Cómo podemos hacer que proliferen o, mejor dicho, cómo podemos hacer que el cuerpo social al que se dirigen no mengüe? No tengo ninguna receta, sólo algunas intuiciones. Una, y fundamental, es entender que la batalla es la misma en todos los frentes, el de la comunicación, el de la política, el de la cultura, el de la enseñanza, y que, si uno de ellos sucumbe, sucumbirán los demás. Hay que fomentar el diálogo con otras miradas procedentes de ámbitos distintos, y sobre todo que los propios periodistas estén convencidos de la relevancia de su oficio. Si ellos no están convencidos, ¿cómo podemos pretender que los demás lo estén?

Señora, venís de una familia de periodistas y sabéis bien que ese tipo de linajes como el vuestro se originan no tanto en la imitación como en la convicción, pasada de generación en generación, de que determinada labor es honorable y necesaria.

Eso es lo que no deben perder nunca de vista los periodistas. Su labor es necesaria. Lo estamos viendo estos días en Gaza. Salvo excepciones, la tendencia general de los gobiernos de nuestro entorno era inhibirse. Si no han podido hacerlo del todo ha sido gracias a los periodistas que desde allí nos narran el horror. Defendámoslos.

Muchas gracias

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