Un reportero llamado Goya, por Ana Alonso

La obra de la periodista española revela cómo el pintor español desarrolló en Burdeos su arte más comprometido

Artículo publicado por Ana Alonso en El Independiente el 30 de Enero de 2021.

Goya y María Santos-Sainz se encontraron en Burdeos, la ciudad donde el pintor y la periodista disfrutaron de una segunda vida. En épocas diferentes, pero con una pasión común por seguir aprendiendo y por indagar en la verdad. Fruto de este encuentro es Le dernier Goya: de reporter de guerre a chroniqueur de la ville (Editions Cairn), un retrato íntimo del pintor de tres reyes que pasó sus últimos cuatro años de vida en Francia.

Cuando llega Francisco de Goya a Burdeos, junto a su «segunda familia», tiene ya 78 años. Y en Burdeos empieza una nueva vida como pintor como artista comprometido con los más débiles, como cronista alejado de patrioterismos, como un alma libre.

María Santos-Sainz, vinculada como docente al Instituto de Periodismo Burdeos Aquitania, ya había escrito sobre exiliados (Espagnols à Bordeaux et en Aquitaine). En esta obra dedicó un capítulo a Goya, su pintor favorito. Cuando la editorial francesa le ofreció un ensayo sobre el autor de los Caprichos, se planteó cómo «revisitar lo que ya sabía». Encontró la clave en una lectura más política y periodística del artista aragonés.

«Desde los Caprichos tiene un arte más privado. En Burdeos sublima todo eso. Profundiza en el camino. Es un exilio voluntario. Es su camino a la libertad. Tenía muchos amigos en el exilio. Pero quien estaba comprometida era Leocadia, que sí era una exiliada política», explica Santos-Sainz. Primero se va Goya y luego Leocadia, con quien mantiene una relación familiar aunque en la época mantenían las formas como si ella fuera su ama de llaves. A Leocadia le acompañan dos de sus tres hijos. Entre ellos, Rosario, a quien Goya guía en sus primeros pasos como pintora.

Goya, que había sido el pintor de tres reyes (Carlos III, Carlos IV y Fernando VII) deja la vida cortesana para instalarse en Burdeos, la ciudad donde moriría en 1828. Empieza una nueva vida casi octogenario.

«Hay un retrato que es toda una alegoría de esta época. Es un viejecito con barba y dos bastones. Aún aprendo es el título. Ese es su estado espiritual en Burdeos. Allí aborda un proyecto con miniaturas de marfil, por ejemplo, y experimenta con nuevas técnicas de la litografía. Pinta y crea para sí mismo. Hace lo que le gusta y emprende un camino más comprometido. En Burdeos se libera», señala la periodista española.

El pincel en la llaga
En Burdeos, como relata María Santos-Sainz en su libro, Goya se interesa por «los invisibles de la ciudad», por las clases populares, la gente de la calle, los oprimidos. Le dernier Goya se centra en los dibujos de los álbumes G y H. En ellos aparecen mendigos, prostitutas, locos, alienados…

«Denuncia lo que no funciona en la sociedad. Es el periodismo de poner la pluma (o el pincel) en la llaga. Como diría Albert Camus, se interesa por los que sufren las consecuencias de la historia. En ese sentido es una mirada política, una mirada de reportero», apunta Santos-Sainz, que es también autora de Albert Camus, periodista. Goya es el precursor del periodismo visual.

En su obra, nos acerca al Goya reportero. «Como decía Kapuscinksy, dentro de un océano de imágenes el reportero sabe cuál es la más representativa de un acontecimiento. Y Goya trabajaba así. Hace relatos gráficos. Se documenta y en obras como los Desastres de la Guerra anticipa los elementos clave de la iconografía bélica. Y tiene intención de neutralidad: denuncia la barbarie de los dos bandos.»

«Dibuja por primera vez un bombardeo civil, que luego se verá en el Guernica de Picasso. Denuncia también la violación como arma de guerra en una imagen en la que una anciana defiende a una joven de un soldado que intenta violarla. Nos dejó un tratado gráfico de la violencia», apunta la investigadora.

Los Desastres pertenecen a su etapa previa a Burdeos. En la localidad francesa se adentra en el mundo de los olvidados. Y denuncia el fanatismo, en ese momento encarnado en la Iglesia católica. «Siempre defendió la razón frente a la irracionalidad del ser humano», añade Santos-Sainz.

La autora de Le dernier Goya recuerda sus visitas al Museo del Prado en la infancia. A su madre le gustaba el arte y solía ir con ella. Le impactó el retrato de La familia de Carlos IV. Aquellos reyes le parecían tan reales que parecía que podían salir del cuadro en cualquier momento. Goya supo reflejar el alma de los reyes de una manera magistral.

Goya eligió el camino más complicado. En lugar de acomodarse como pintor de la corte, justo al final de su vida, se aproxima más a la burguesía liberal. Cuenta con amigos como Gaspar Melchor de Jovellanos y Leandro Fernández de Moratín. Es un gran defensor de la Constitución de 1812, que juró cuando fue director de la Academia de San Fernando. «Como muchos de los grandes genios que ha dado España es un artista que emerge en una sociedad represiva», señala Santos-Sainz.

El misterio de Rosario Weiss
En Burdeos Goya vive con su «segunda familia». A los 29 años, Goya se había casado con Josefa Bayeu, madre de Javier, su heredero universal. Javier de Goya se quedó con todo lo que había logrado su padre en vida y lo dilapidó. Hizo todo lo que su padre detestaba.

Josefa Bayeu, a quien Goya llamaba Pepa, murió en 1812. Estuvo con ella hasta entonces. En los últimos 20 años de su vida convivió con Leocadia Zorrilla, a quien había conocido en la boda de su hijo Javier con Gumersinda, prima de Leocadia. La joven tenía entonces 16 años y Goya casi 60.

Leocadia Zorrilla, de buena familia, había estado casada con Isidro Weiss, descendiente de joyeros alemanes. Tuvieron tres hijos: Joaquín, Guillermo, y Rosario. La joven nació después de que Isidro acusara a Leocadia de infidelidad. Hay quienes creen que era hija de Goya, pero nunca la reconoció como tal. Regaló a Leocadia, la madre de Rosario, su última obra, La lechera de Burdeos.

«Leocadia era osada, más comprometida políticamente, y necesitaba salir de España. Corría peligro. Goya vive en Burdeos con ella y dos de sus hijos. Los amigos hablan de ‘la señora y los chiquillos’. Goya se entendía muy bien con Rosario, que se convirtió en su discípula», relata la autora de Le dernier Goya.

Goya hizo de mentor con la joven Rosario. No solo pintaba con ella, sino que la recomendó para que ampliara estudios. Goya confiaba en la educación como la vía para acabar con la oscuridad, con lo irracional.

Rosario Weiss Zorrilla llegó a ser profesora de las infantas (Isabel II y su hermana Luisa Fernanda) y vivía de su pintura, algo insólito en la época. Pero tenía una salud frágil y murió joven, a los 28 años, de cólera.

Hay quienes creen que La lechera de Burdeos es una obra suya. Es una mujer joven, desconocida, que simboliza la esperanza y que es un puente hacia una nueva época, hacia el impresionismo.

«El periodismo es buscar la verdad y contar realidades desconocidas por el público». Es lo que mueve a María Santos-Sainz, y lo que movía a Goya. Hay mensajes que permanecen. Ese ‘aún aprendo’. «Esa curiosidad insaciable, esas ganas de superarse frente a la adversidad, esa es la lección que nos da Goya en estos tiempos de pandemia», dice María Santos-Sainz.

También ese Goya en Burdeos es un Goya rebelde y transgresor que nos habla de resistencia frente a la adversidad, de la necesidad de reinventarse y ser fieles a nosotros mismos».

Secciones