Discurso de Manuel Vicent en la entrega del XI Premio de Periodismo «Francisco Cerecedo»

Discurso de Manuel Vicent en la entrega del XI Premio "Cerecedo"

Debo daros las gracias, alteza, por la amable deferencia que habéis tenido al presidir este acto de mi ingreso en el círculo Francisco Cerecedo al que honráis con nuestra presencia. Agradezco igualmente al presidente de la Asociación de Periodistas Europeos y a los miembros del jurado que me reservaron la plaza en este club tan exclusivo y al presidente del BBV que hizo algo para que este honor tuviera un poco de consistencia.

Y gracias a vosotros, amigos, por haber venido al Ritz, un lugar inmejorable para recordar a aquel maravilloso libertario, al gran periodista Cuco Cerecedo, que en vida reinó de forma absoluta en los bares de calamares de la orilla izquierda de la Castellana donde impartió lecciones de inteligencia, sarcasmo e independencia. Ahora estamos aquí. Se nota que nuestra generación ha sentado la cabeza. Si por un momento Cerecedo despertara del sueño eterno y viera a todos sus amigos reunidos en el Ritz conmemorando su nombre a la sombra de un príncipe y bajo el patrocinio de un banco, sin duda él que era maestro de la ironía no comprendería hasta qué punto su rebeldía había conquistado las instituciones del Estado.

Repito ahora lo que he dicho en otras ocasiones. En morir también fue el primero. Dejó muchos amigos que eran jóvenes para que pudieran guardar su memoria. Nunca los dioses habían tratado con tanta generosidad a un ácrata de oro: fulminaron su mente con un rayo de sangre y cayó plagado al pie de una barra con un whiski en la mano sin darle más edad que la precisa para que pudiera partir sin barriga ni papada, lleno de gracia y sin traicionar sus ideales cuando en este país la libertad era una novia que se estaba abriendo. Recordar a Cuco Cerecedo es llorar por aquellos tiempos de gloria y por todas las frustraciones que siguieron.

Nuestra generación ha elegido a este periodista inteligente e imaginativo como un arquetipo de la libertad que él ejerció a cuerpo limpio en una época muy convulsa. La muerte lo ha puesto de perfil ante nosotros como una medalla, pero su lección vital aún está vigente. De él muchos periodistas hemos aprendido que en tiempos difíciles cuando el cieno es la única ley sólo la independencia y la libertad de expresión llevadas hasta las últimas consecuencias constituyen una doble barrera insalvable para la corrupción. Por otra parte los periodistas no tenemos otro patrimonio que el nombre que hayamos forjado con honestidad. Ni existe otra razón para sobrevivir. Esta es la enseñanza que nuestra generación asigna a Francisco Cerecedo.

Porque murió joven y libre hemos tomado a Francisco Cerecedo como ejemplo de una generación que luchó por la libertad cuando ésta se confundía con los días felices en que todos éramos más limpios. En aquellos tiempos en que la democracia se debatía entre la muerte antes de haber nacido Cerecedo arriesgó por ella su gracia y su talento, pero es obligado preguntarse qué haría en este momento aquel periodista cuando la democracia está amenazada por la corrupción que se ha convertido en un espectáculo patético. Sin duda contra estas tripas del Estado abiertas a la contemplación del público Cerecedo pondría para limpiarlas toda su independencia y su sarcasmo.

Os repito, alteza, las gracias por estar aquí. Y a vosotros, amigos, os pido que hagamos todo lo que esté de nuestra parte para que el nombre de Francisco Cerecedo sea una marca cada vez más profunda y ejemplar en la moral de nuestro país. Muchas gracias.

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