Palabras de Miguel Ángel Aguilar al recibir el «AEJ European Journalism Award»

Miguel Ángel Aguilar

Autoridades. Colegas de la EAJ. Patrocinadores.

Quiero expresar mi gratitud al recibir este premio de Periodismo, que la EAJ ha recuperado por iniciativa de la Sección Griega y en particular de Atanase Papadopoulos, siempre infatigable en las tareas de nuestro club, de la que es buena muestra sus años de presidencia internacional.

Lo hago sin falsas humildades ni arrogancias indebidas. Reconozco que el premio es para mi un gran honor, primero de todo porque lo conceden mis colegas representantes de las secciones nacionales integradas en la EAJ.

Al recibirlo quiero adoptar el mismo pronóstico que se cuenta de Pablo Picasso cuando para replicar de inmediato a quien le objetaba la falta de parecido del retrato que acababa de entregar a Gertrude Stein le dijo aquello de “bueno, ya se parecerá”.

Eso mismo de “bueno ya lo mereceré”, es lo que os digo ahora a todos. Ese es mi decidido propósito ante el jurado que me ha elegido. Procuraré combatir los efectos paralizadores del halago que me hacéis y sentiré la concesión del premio más que como un reconocimiento como un estímulo para continuar en el oficio exigente del periodismo.

Una hermosa, apasionante y peligrosa tarea, a la que estoy entregado desde 1966, hace más de cuarenta años, cuando en plena dictadura franquista, nada más concluir los estudios de Ciencias Físicas en la Universidad de Madrid, deserté de mi destino manifiesto, que era continuar la saga familiar de tres generaciones dedicadas al cultivo de la Astronomía.

Noblesse oblige y hacer honor a este premio también impone deberes con las libertades y con Europa. André Malraux escribió que el hombre se distingue por la calidad de sus vínculos y a esos dos quiero ser fiel. Porque Europa desde la Grecia Antigua ha sido un centro difusor de pensamiento y libertades y si dejara de serlo terminaría importando esclavitudes.

Porque en medio de la crisis que nos asola sabemos que para salir de ella necesitamos más Europa porque de lo contrario, reducidos a los nacionalismos empequeñecedores, quedaríamos “arrumbados por el viento de la historia a la playa de la insignificancia”.

Me gustaría, como Don Quijote en su primera salida, pensar que “en los venideros tiempos” se escribirá de nuestros empeños por Europa y las libertades a los que seguiremos sirviendo como caballeros andantes del periodismo. Vale.

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