Prepararse para lo peor, por Pedro González

José Manuel Albares y Josep Borrell

Artículo publicado en Atalayar el 13 de Octubre de 2022.

La inmediata proximidad del invierno ya está haciendo que los ciudadanos europeos, que estaban muy acostumbrados al estado de bienestar pese a los zarpazos de las sucesivas crisis, le vean las orejas al lobo de la escasez energética, aparejada a muchas otras estrecheces que de momento solo intuyen. Ya hay quien esboza la posibilidad de un holocausto nuclear, lo que de momento no pasa de ser una amenaza de la dialéctica de guerra con pocos visos de consumarse en la realidad salvo, claro está, incontenible acceso de locura.  

Lo que de verdad debiera preocupar muy seriamente a Europa son otras amenazas mucho más en ciernes. La primera de ellas es el mantenimiento de su propia unidad, sostenida hasta ahora pese a los múltiples intentos del presidente ruso, Vladimir Putin, de resquebrajarla. El mismo jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, se lo preguntaba en el curso de una conferencia pronunciada en la Fundación Carlos de Amberes en Madrid, recordando que “ya hay un país que está pidiendo que se revise en diciembre si deben seguir aplicándose las sanciones a Rusia”, en clara alusión a Hungría. El mantenimiento de esa firmeza mostrada hasta ahora, y que ha sido quizá la mayor sorpresa que se ha llevado Putin al agredir a Ucrania será imprescindible si Europa quiere salvaguardar sus libertades, y por consiguiente el estado del bienestar de que ha gozado hasta ahora.  

Entre las bombas de que dispone el líder del Kremlin hay una que puede ser letal para esa unidad europea: la que supondría una estampida en masa de ciudadanos africanos, sometidos a una hambruna brutal, que unida al calentamiento climático y a las pertinaces sequías, puede proyectar de golpe hacia la UE a millones de seres humanos. El propio Borrell señalaba en ese mismo foro que “más de cien barcos mercantes, cargados con millones de toneladas de trigo, están varados en el Mar Negro a causa de la desesperante lentitud de los verificadores rusos de la carga”. Alimentos que se pudren en las bodegas y que impiden a poblaciones enteras de África saciar su hambre, favoreciendo las revueltas, propiciando la desestabilización del continente e impulsando la huida de los que puedan en pos de mejores horizontes, que creen encontrarán en la UE.

¿Está preparada Europa y cada uno de sus socios y ciudadanos a ceder buena parte de su bienestar para impedir la desestabilización de África y recibir, acoger e integrar a las decenas de millones de africanos que pueden llegar masivamente a sus costas, cantidades por lo tanto mucho más ingentes de las conocidas hasta ahora? No es solamente una pregunta a los gobiernos, sino también a todos y cada uno de los europeos que conforman las opiniones públicas nacionales y la que al final se imponga en la UE. Da la impresión de que esa opinión no está aún lo suficientemente madura para asumir que ha de ensanchar mucho su visión del mundo y convencerse de que ha de operar un auténtico giro copernicano. 

De la misma manera que han sido necesarios el desafío de China y la guerra en Ucrania para que Europa se haya convencido del error de basar su prosperidad en la energía barata de Rusia y las oportunidades de negocio en China, la UE debería volcarse con premura en demostrar en África que su modelo de sociedad es mucho mejor que el que les promete eficacia e infraestructuras sin examinar detalles de corrupción y de respeto a los derechos humanos. Lo mismo cabría decir respecto de América Latina, donde China ya es el mayor socio comercial de todos los países del continente latinoamericano.  

Quienes dentro de la propia UE piden en tono cada vez más alto que se ponga fin a la guerra, en el fondo están pidiendo la rendición de Ucrania. No quieren ver que Europa se está jugando su propia libertad, o sea la raíz de su prosperidad, en el país al que Putin desea reducir a escombros porque, mucho más allá de su seguridad, el verdadero temor del ocupante del Kremlin es que la experiencia exitosa de una Ucrania en libertad sea el indeseado espejo en el que los ciudadanos rusos se cuestionen la tiranía del régimen putinista.  

Hace mucho tiempo que Europa ha erradicado de su lenguaje habitual la palabra “sacrificio”, algo que conlleva un enorme esfuerzo por los demás en detrimento del beneficio propio. Putin se lo está imponiendo a los millones de ucranianos que están perdiendo su hogar, su tierra, su familia y su vida sirviendo de dique de contención al resto de Europa. Creer que un supuesto acuerdo de paz impuesto detendría a Rusia es tan iluso como haber creído en la palabra de Putin cuando decía que sus tropas solo hacían ejercicios de entrenamiento en Bielorrusia sin mayores intenciones de traspasar la frontera.  

Arengaba a sus huestes Benjamin Franklin antes de uno de los choques con las tropas inglesas en las Trece Colonias afirmando que “si no vamos juntos nos ahorcarán por separado”. Va siendo hora de que los europeos tomen conciencia de que se están viendo frente al mayor desafío colectivo al que se han enfrentado en toda su historia vital. Y que “sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo” es mucho más que la más famosa de las arengas de Winston Churchill. 

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