Discurso de Carlos Luis Álvarez en la entrega del XII Premio de Periodismo «Francisco Cerecedo»

Discurso de Carlos Luis Álvarez en la entrega del XII Premio "Cerecedo"

A cada uno de los periodistas que pertenezcan a la estirpe de quienes no son devorados por la actualidad, que no se dejan arrastrar por ella y que son capaces, mediante el instrumento de su subjetividad, de encontrar la verdad de cada día y la que se necesita, que la actualidad tantas veces oculta.

Algún día quienes resulten premiados dejarán de ser contemporáneos de Cuco Cerecedo, no habrán compartido con él la respiración de la historia de España en aquel tiempo en el que la libertad y la democracia eran un jaleo en la cabeza de los verdes años y un deseo puro en el corazón. Hoy todavía esa contemporaneidad se salva. Cuantos han sido premiados vieron su rostro y admiraron su penetración, su humor transcendente y su originalidad, por tanto exclusiva e inimitable, aquel juego de ideas y de imágenes que se entrecruzan, chocan, se pelean, levantan el vuelo como la alondra de Shelley y caen y mueren, a veces sin que nadie se entere hasta mucho después.

Quizá nadie tan contemporáneo por voluntad de estilo y por haber llevado felizmente la literatura al periodismo, quizá nadie tan contemporáneo de Cuco Cerecedo como Francisco Umbral. Con Umbral asistimos al milagro, raro y difícil, de que el mundo pueda ser encerrado en palabras. El problema del mundo se convierte en un problema lingüístico. Su agilidad sintáctica hace difícil comprender de qué modo en nuestro escritor el pensamiento conceptual depende de una esencial infraestructura semántica. Las interrelaciones entre conciencia sensorial, juicio mental y uso de lenguaje convierten cada página de Umbral, cada artículo de periódico, en una obra de arte. Yo rindo tributo de admiración, con el jurado del Premio Cerecedo, al escritor con quien compartí tanta vida y tanto periodismo.

Permitidme ahora, alteza, permitidme, queridos amigos, unas palabras dedicadas a estos días en que vivimos, que son días de preocupación. En un grado o en otro, cada uno desde su sitio, todos o casi todos hemos tratado de crear una convivencia democrática y libre en un Estado de Derecho conformado por una Monarquía Constitucional. Hemos luchado porque no haya leyes contra la opinión y de nosotros depende que no haya opinión contra las leyes que libre y democráticamente nos hemos otorgado, porque una opinión así no sería más que una invitación a la ilegalidad. Y por otra parte creo que el principio de las últimas consecuencias, podría llegar a vulnerar las leyes que conciernen exclusivamente a los hechos como tales, mediante una opinión sin fundamento. Por último quiero decir que la igualdad de los ciudadanos ante la ley define a la democracia tanto como la tolerancia entre los propios ciudadanos.

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