El estado por hacer, por Xavier Batalla

Artículo publicado por Xavier Batalla en La Vanguardia el 18 de Diciembre de 2010.

La guerra también parece haber cambiado en América Latina. El siglo XIX latinoamericano se consumió con las peleas entre liberales y conservadores. Y el siglo XX lo marcó la revolución castrista, a la que, para evitar el contagio en el continente, bloqueó Estados Unidos. Pero el siglo XXI ha empezado de manera distinta: la gran amenaza es ahora el narcotráfico. Y la guerra puede ser entre ricos y pobres, posibilidad que nunca hay que descartar en la región más desigual del mundo, pero también entre los que apenas tienen y los que no tienen nada.

El paisaje y el paisanaje de América Latina han cambiado. El continente ya no está para novelas del realismo mágico. En la década de 1960, cuando el color era verde olivo, la región se describía barroca, exuberante, fantástica. Ahora, doscientos años después de las independencias, la democracia ha arraigado, pero está enferma de caudillismo, narcotráfico, corrupción y xenofobia, males que, por otra parte, no son exclusivamente latinoamericanos. En América Latina, desde México (en Chihuahua y Michoacán una parte sustancial de la sociedad prefiere convivir con los narcos ante la incapacidad de las autoridades municipales y estatales, según El Financiero) hasta Argentina, el Estado democrático está por hacer.

“La América Latina de ahora no es la de 1967, con Cien años de soledad, cuando el perro hablaba, el dictador dictaba y el liberal liberaba. La América Latina del año 2010 es la de 2666, la obra póstuma de Roberto Bolaño que narra el narcotráfico y la violencia”, sentenció el periodista argentino Martín Caparrós en el XVI Foro Eurolatinoamericano de Comunicación, organizado a principios de diciembre en Buenos Aires por la Asociación de Periodistas Europeos (APE) y la Universidad Torcuato Di Tella. Políticos, académicos y periodistas abordamos durante dos días los problemas latinoamericanos bajo la convocatoria de “El Estado por hacer”. Y tan sólo unos días después, en la capital argentina, la práctica no desmintió la teoría.

En Villa Soldati, un barrio periférico de Buenos Aires, se desató la violencia la semana pasada, coincidiendo con la conmemoración del Día de los Derechos Humanos. Un millar de familias procedentes de diversas zonas de miseria de la capital ocuparon el Parque Indoamericano, que inmediatamente dividieron para construir chabolas. Y el resultado, ante la pasividad inicial de las fuerzas de seguridad, que se lo pensaron antes de intervenir contundentemente, fue el enfrentamiento entre vecinos de barrios próximos, que apenas tienen algo, e inmigrantes que no tienen nada. Se registraron tres muertos (dos bolivianos y un paraguayo).

La calle Florida, en el centro de la capital, con sus interminables puestos de venta improvisados, es la prueba del nueve del aumento de la inmigración en Argentina. En los últimos cuatro años, más de medio millón de inmigrantes han entrado en el país, lo que ha agravado el déficit de viviendas y disparado la xenofobia, como ha puesto de manifiesto la tragedia de Villa Soldati.

Villa Soldati también enfrentó al gobierno municipal de Buenos Aires, encabezado por Mauricio Macri, ex presidente del Boca Juniors, y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Macri vinculó la guerra urbana por el territorio al narcotráfico y la permisividad gubernamental con la inmigración. Y el jefe de gabinete de la presidenta, Aníbal Fernández, acusó de “xenófobo” a Macri. El resultado fue la pasividad inicial de las fuerzas de seguridad.

Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980 por su compromiso con los derechos humanos en América Latina, atribuyó de inmediato lo sucedido en Villa Soldati a “la ausencia de Estado”. Y Mariano Grondona explicó así la inacción gubernamental: “El repudio del orden público, que caracterizó a la etapa de Néstor Kirchner, creó un hueco dentro del cual han venido a instalarse, en un alarmante crescendo, hordas como las que se mataron entre sí”.

En México, narcotraficantes y contrabandistas son los que mandan en la frontera con Guatemala; en Argentina, Guillermo O’Donnell, profesor de la Universidad Nacional San Martín, ha escrito: “La violencia se desencadena sin control cuando el Estado acentúa su abdicación al sumarle su abismal ausencia”. Mientras en Villa Soldati estallaba la tragedia social, efectivos de la policía federal protegían, en la céntrica avenida del Libertador, a centenares de hinchas del Independiente que, pertrechados con bombos y tambores, trataban de impedir que conciliaran el sueño los futbolistas del Goiás, club brasileño que el día después perdió la Copa Sudamericana.

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