Carlos Luis Álvarez, "Cándido", e Ignacio Ruperez en un almuerzo en la sede de la APE en 2004

En memoria de Ignacio Rupérez

Ignacio Rupérez, el diplomático que superó el terror en que le tocó ejercer una parte de su carrera, falleció en la noche del jueves, tal y como si hubiese querido aprovechar los momentos más adecuados y despreocupados del año para mantener hasta el final la discreción y el rechazo del protagonismo que se había ganado representando a España en Irak en los peores años. (Era hermano del político y diplomático Javier Rupérez que, a juicio de un amigo de ambos eclipsaba su imagen) La trayectoria de Ignacio estuvo presidida siempre por el trabajo, la responsabilidad y el desinterés por brillar incluso cuando su nombre era mencionado con admiración ante el riesgo que estaba asumiendo.

Su ejecutoria diplomática fue larga y siempre tan eficaz como rutinaria durante largos periodos en que la ejerció en puestos secundarios en diferentes países. Fue embajador en Honduras donde desarrolló un interesante trabajo el pro de la normalización democrática del país durante la crisis generada por el golpe de Estado – el último en Latinoamérica — que en 2009 derrocó al presidente Manuel Zelaya. Antes había sido vicepresidente del Consejo Hispano-norteamericano y desde 2005 hasta 2008, embajador en Irak.

Hacía catorce años que España mantenía cerrada su embajada en Bagdad y le tocó a Ignacio Rupérez reabrirla partiendo de cero, en medio de múltiples dificultades y sobre todo de peligros físicos, cuando la invasión norteamericana puso fin al régimen de Sadam Hussein. Era el puesto menos deseado de la carrera y Rupérez lo desempeñó durante tres años expuesto de forma permanente a los peligros de una situación marcada por la violencia terrorista que tenía la vista puesta en los extranjeros y de manera especial los diplomáticos.

“Era poco lo que podía hacer”, me comentaba en cierta ocasión lamentando la imposibilidad de encontrar interlocutores en medio de la confusión política e incluso de salir a la calle sin garantía alguna de regresar con vida. Prácticamente vivía encerrado en la zona de Bagdad, protegida por las tropas estadounidenses y bajo normas de seguridad estrictas, en la que se hallaban las embajadas. Además de diplomático era licenciado en Derecho y en Periodismo, una profesión que siempre le apasionó y en la que hizo aportaciones interesantes para conocer mejor los problemas internacionales. Fue un ejemplar miembro activo de la Asociación de Periodistas Europeos (APE).

Tenía una excelente capacidad para analizar las situaciones complejas de la política exterior y lo demostraba en los frecuentes artículos que publicaba en diferentes publicaciones. Sobre Irak, en aquellos años de plomo que aún no han terminado, pocos expertos acumulaban tanto conocimiento de la situación y nadie como él – las hemerotecas lo reflejan – anticipó con tanta antelación y precisión la evolución que seguiría el país en el intento frustrado hasta ahora de restablecer la normalidad.

“Es una pena que no se haya arbitrado una solución pre democrática bien pensada – comentaba recientemente – antes de la invasión. Sadam era un dictador cruel e impresentable, pero la invasión — además de ser justificada con acusaciones falsas – se llevó a cabo sin tener previstas alternativas ni pensar en el después. El país es excelente y la gente muy capacitada, pero de la realidad actual lleva a pensar que aquello no tiene arreglo y la división en tres, inevitable a medio plazo”.

Diego Carcedo

Presidente de la Asociación de Periodistas Europeos

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