Syriza dinamita el viejo régimen, por Pedro González

Artículo publicado en Zoom News el 26 de Enero de 2015 por Pedro González

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– Grecia tiene la ocasión propicia de acabar con los vicios tradicionales de la política del país
– Ningún ciudadano europeo aceptaría seguir dando dinero a Grecia a fondo perdido

Desde hoy mismo los desesperados electores griegos que han puesto sus esperanzas en la Coalición de la Izquierda Radical, Syriza, van a exigirle que ponga en práctica su programa. Lo que quieren fundamentalmente los votantes de Alexis Tsipras es que les restituya buena parte del poder adquisitivo perdido y de los servicios sociales de los que disfrutaron hasta que fue imposible mantener por más tiempo la mentira de sus finanzas. Probablemente, esos mismos votantes no le van a conceder los cien días de gracia que, en circunstancias normales, son costumbre con todo gobernante, máxime si el personaje se estrena como jefe de gobierno.

Dos han sido las grandes proclamas de Syriza: «devolver la dignidad a los griegos» y «plantar cara a Europa». En ellas iba implícita la culpabilización de la Unión Europea como responsable de las penurias y desgracias del país. Es evidente que Tsipras habrá de modificar sustancialmente ese discurso, siquiera porque Grecia ha de sacar de algún sitio el dinero preciso para aliviar la situación de los griegos más desfavorecidos.

Frente al resto de la UE la situación de Grecia sigue siendo la misma que el día anterior de las elecciones: una deuda de 240.000 millones de euros, prestados entre otros por España (26.000 millones; 516 euros de cada ciudadano español). La legitimidad democrática de Syriza para reclamar menos austeridad en nombre de sus ciudadanos es, cuando menos, la misma que tienen Angela Merkel, François Hollande o Mariano Rajoy con respecto de los suyos. Que ningún líder europeo contemple la expulsión de Grecia del euro no significa empero que hayan de condonarle sin contrapartidas su parte de dicha deuda.

Largas negociaciones

El próximo 28 de febrero concluye el segundo tramo del rescate de Grecia. Hay, pues, apenas un solo mes para negociar el tercero, que podría concluir en una línea de crédito de hasta 7.000 millones de euros que facilitara las cosas al nuevo gobierno de Atenas. Prorrogar hasta mediados de año las negociaciones sobre el rescate permitiría a ambas partes hacerse una idea más cabal de hasta dónde pueden llegar.

En aras de la estabilidad de Europa y de su necesaria unidad en el objetivo de salir definitivamente de la crisis, los europeos estarán dispuestos seguramente a flexibilizar el peso de la deuda helena, cuyo 80% corresponde a los Estados de la eurozona, al Mecanismo Europeo de Estabilidad y al Fondo Monetario Internacional. Aumentar el periodo de reembolso, actualmente de hasta 30 años, y aligerar los tipos de interés (ahora en el 0,8%) entra dentro de lo muy posible. El problema, sin embargo, es que incluso con esa generosidad en las condiciones de los préstamos Grecia precisaría de un superavit primario de un 4,5% del PIB durante bastantes años.

Y aquí está el meollo de la cuestión porque, para conseguirlo, Grecia debería producir y exportar, y se da la circunstancia de que el país, fuera del turismo y una escasa agricultura, carece de industrias. Transformar la estructura productiva del país requiere, más que una reforma, una auténtica revolución de arriba a abajo. Y es aquí donde habrá que ver si Tsipras es capaz de emprenderla o terminará siendo un simple gestor y repartidor de la miseria existente.

Parasitismo

Devolver la dignidad a los ciudadanos significa por lo tanto sacarlos del parasitismo en el que gran parte de ellos han vivido a costa del ingente maná de los fondos europeos, gran parte de los cuales ha terminado en el pozo negro de la corrupción, una lacra que ha sido signo distintivo de la política griega, y de la que son responsables tanto los conservadores como los socialistas, que se han repartido y alternado en el poder desde 1974. Syriza ha dinamitado ese régimen de intercambio de poltronas entre los Karamanlis, los Papandreu y los Mitsotakis.

Aún cuando ya ha sido reducida la gigantesca nómina de funcionarios (casi un millón para once millones de habitantes), Tsipras habrá de seguir profundizando. Habrá de acelerar la conclusión del catastro, siquiera para conseguir que contribuyan de una vez los grandes armadores y multimillonarios helenos que, junto con la Iglesia Ortodoxa, no han pagado impuestos en su vida, excluyendo claro está las generosas donaciones a los partidos políticos (a Nueva Democracia y al Pasok fundamentalmente), para mantener bien engrasada la máquina de conceder privilegios a la oligarquía. Tendrá que acometer de una vez la perentoria reforma de la Justicia, y proceder en suma a un cambio radical en la administración del Estado.

En realidad, todo ello está ya recogido en el Memorandum que Grecia firmó con la denostada Troika (Comisión Europea, BCE y FMI). Andonis Samarás abandona el sillón de primer ministro con muy regulares índices de cumplimiento. Ahora, además de al propio Tsipras, le corresponderá la ardua tarea de negociar con Bruselas a Yanis Varoufakis, catedrático de Matemáticas de la Universidad de Texas. La piedra angular de las discusiones será la puesta en marcha de profundas e inaplazables reformas estructurales: menos austeridad a cambio de tales reformas. Sin ellas será de todo punto imposible aumentar el crecimiento y afrontar el reembolso de la deuda, por muy flexible que sea.

Al menos por ahora, una quita de tal deuda está fuera de lugar. Alemania, pero también Francia o los países nórdicos (Finlandia tiene elecciones en marzo y sus ciudadanos se muestran muy reticentes a seguir poniendo dinero para los «manirrotos» del sur), no están por la labor de que «el mal ejemplo» de un hipotético perdón a Grecia no fuera también reclamado en cascada por todos los demás grandes deudores de la eurozona.

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