Agonía de Europa, por Agustín Remesal

Agustín Remesal

Artículo publicado por Agustín Remesal en El Norte de Castilla el 18 de julio de 2010.

Dos fantasmas recorren hoy Europa: la inmigración islámica y la amenaza de un nuevo imperio ruso. Esta profecía se contiene en el libro ‘Los próximos cien años’, de George Friedman, fundador y presidente de Stratfor, una empresa privada de prospectiva geoestratégica. El gran mentor del poderío americano sin fecha de caducidad sostiene que Europa sigue trastornada por las consecuencias de la II Guerra Mundial y su proyecto de convertirse en potencia planetaria fue sólo un espejismo que no superó el siglo XX. La decadencia europea es el ‘leitmotiv’ de la ficción de Friedman, confirmada hoy por nuevos datos. El impulso de esa Europa dubitativa y renqueante, escasa de líderes e ideales, se agotará antes de cumplir un siglo.

Aquel club de visionarios dispuestos a ordenar el viejo continente hace dos décadas se ha convertido en un grupo heterogéneo de dirigentes mediocres cuyos países comparten una cultura ancestral, viven en paz, comercian entre sí y se abstienen de provocar conflictos con el resto del mundo. O sea, una entidad política similar a la comunidad de los países de Hispanoamérica, una burla. A fuerza de admitir más y más socios, esa Europa entre Gibraltar y el Báltico se ahoga en la crisis económica y no es capaz de dar respuesta a sus dos retos más importantes del siglo XXI: su entendimiento con Rusia y con el islam. ¿Por qué otros habrían de creer en ese proyecto político si ni los mismos europeos le prestan credibilidad? Barack Obama escenificó el desprecio cuando se negó a participar en la cumbre semestral de la Unión Europea y prefirió atender a sus clientes del Este antes comunista (Polonia y Hungría, especialmente), porque esa es la trastienda decisiva en la próxima beligerancia continental.

Alemania y Francia han renunciado a ejercer su liderazgo histórico en la Unión Europea y sus dirigentes prefieren asegurar el bienestar de sus ciudadanos y su permanencia en el poder antes que arriesgarse en nuevas aventuras de poder continental. La entrada en la UE de algunos países del este (Bulgaria y Rumanía) tuvo que ver más con el propósito alemán de acercar el gas ruso que con la fe europeísta del anquilosado Gobierno de Berlín. Los países mediterráneos han sido condenados a formar un grupo de indeseables náufragos de la crisis económica (PIGS). Nada cabe esperar del socio británico para poner orden en el marasmo europeo. Como es tradición, el nuevo Gobierno bicéfalo de Cameron y Clegg considera que la Unión Europea es un club de oportunidades muy devaluado. El mapa británico de la globalidad mundial coincide con el del antiguo imperio británico. No hay razón para desmembrar la Com-monwealth y dar asistencia al Servicio de Acción Exterior de la UE, presidido por la baronesa Ashton, quien ha decidido pasar en Londres los fines de semana aunque se hunda el mundo.

Los doce países del este y del sur integrados en las últimas hornadas esperan impacientes las prometidas ayudas, hoy limitadas por la crisis económica, para mejorar sus condiciones de vida y curar sus frustraciones. En un curso de verano organizado por la Asociación de Periodistas Europeos (APE) en San Sebastián, los portavoces llegados de Rumanía, Polonia, República Checa y otros países de esos territorios impacientes (entre ellos, el ex primer ministro rumano Petre Roman) confesaron sus culpas y justificaron muchas inquietudes: una corrupción de marca feudal sustituyó allí al comunismo, pero las jóvenes democracias que sucedieron a las dictaduras están desencantadas, que no frustradas, por la democracia, porque no llegan las subvenciones de Bruselas. De poco le servirá además a la vieja Europa la ola de emigración que le llega del este si se mantiene el rechazo a esos ciudadanos europeos que precisan sus economías.

En esa área del mundo, más allá de la crisis, se juega ya la partida geoestratégica principal. Rusia, con la llave del gas siberiano y su armada en Sebastopol, mantiene bien trabada la retaguardia del antiguo imperio soviético, mostrando su patente de ocupación en territorios disputados. La aspiración europea largamente intuida de establecer con Rusia desde Bruselas un pacto continental, al margen del ‘amigo americano’, se ha ahogado en la batahola de la crisis económica y su arreglo, cuyo principal mandamiento es el de permitir que cada tribu se las arregle como estime conveniente. Los planes para convertir a una región de libre comercio llamada Unión Europea en un bloque de poder se ha convertido en pura fantasía.

George Friedman profetiza en su libro, lectura de moda para muchos poderosos de la tierra, una conflagración bélica mundial hacia el año 2050: Turquía y Japón retarán a Europa y a Estados Unidos en una guerra que será ganada por las fuerzas del Pentágono, gracias a una nueva generación de armas cuyos arsenales estarán en bases instaladas sobre plataformas espaciales. Friedman pronostica un califato liderado por Turquía que atacará a Europa a través de los Balcanes, siguiendo las huellas del ejército del visir otomano Kara Mustafá cuando, cuatro siglos antes, pusiera cerco a Viena. Será una guerra contra la hegemonía norteamericana en la que Europa, otra vez, servirá sólo de campo de batalla. Que la Unión Europea acepte en su seno al socio musulmán, Turquía convertida en potencia regional, es un debate ideológico y un problema de intereses económicos; que el próximo ataque bélico contra Europa provenga del otro lado del Bósforo es la cuadratura de un círculo fantástico y un argumento vistoso de ficción política.

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