La segunda muerte de Julio Cerón

In memoriam

Julio Cerón

De la primera muerte, figurada, dio cuenta en estas páginas su amigo el poeta José Ángel Valente hace casi 35 años. Esta segunda y definitiva se ha producido el sábado pasado, a los 85 años, en su castillo de Caussade (Perigueux, Francia). Julio Cerón Ayuso había sido diplomático, traductor de Unesco y fundador del Frente de Liberación Popular (Felipe), vivero de vocaciones políticas dispares en las que imprimió carácter y decencia duraderas. En el Felipe se forjaron, por ejemplo, Ignacio Fernández de Castro, Pascual Maragall, Manolo Vázquez Montalbán, José Pedro Pérez Llorca, Miquel Roca, José Ramón Recalde, Paito Díez del Corral, César Alonso de los Ríos, Ernesto Garcia Camarero, Juan Anlló, Enrique Ruano Casanova, Ignacio Quintana, Nicolás Sartorius, Narcís Serra, José Oneto, Juan Tomás de Salas, su hermana Elena, José Luis Leal y tantos y tantos que se incorporaron después al Partido Comunista, al PSOE, a Convergencia, al Partido Popular y a otras formaciones extinguidas. Todos le guardaban excepcional consideración.

Detenido por la policía en junio de 1959, mientras participaba en los preparativos de una huelga general contra el régimen franquista, fue sometido a un consejo de guerra, condenado a nueve años de prisión y expulsado del escalafón de la carrera diplomática. El jurídico militar Rafael Diaz Llanos alardeaba de haber logrado elevar la pena cuando el Consejo Supremo de Justicia Militar hubo de atender el recurso presentado por la defensa.

Cerón Tenía unas facultades portentosas para la traducción, que asombraban en las oficinas de Naciones Unidas en Ginebra. Ana Martín Gaite contaba que era capaz de dictar a tres secretarias a la vez la traducción de textos diversos escritos en diversos idiomas. Establecido en el castillo de Caussade junto a Elvira, su esposa, explicaba a un amigo periodista las dificultades económicas que padecía porque no había podido imaginar la retirada de Estados Unidos de la Unesco, lo que supuso una reducción a casi la mitad de los presupuestos con cargo a los cuales percibía el importe de sus traducciones.

Invitado por la Asociación de Periodistas Europeos vino a Madrid por primera vez desde su exilio a pronunciar en 1984 la II Lección Conmemorativa Pascual Madoz. Se hizo vendar los ojos en la estación de Chamartín hasta la sala de conferencias en Eloy Gonzalo. Allí empezó su conferencia bajo el título Europa le sienta bien a España y España, ¿le sienta bien a Europa? con una afirmación esclarecedora: “Cuando murió Franco, el desconcierto fue grande: no había costumbre”. Querían traerle de nuevo a los cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. Se hacía de rogar. Quiso antes invitar a los promotores de su viaje. Les citó en un bar de Burdeos donde acudió a recogerles en coche. Siguió un itinerario laberíntico para que no pudieran descifrarlo. Al avistar el castillo vieron cómo se izaba el pendón de Castilla y sonaba la marcha de Infantes mientras bajaba el puente levadizo para que pudieran entrar. Les mostró las estancias. Una de traza rectangular con las cuatro paredes encaladas y en completo vacío dijo ser la biblioteca. En la sobremesa de la cena, informados por Elvira de que el ministro de Exteriores, Jose Pedro Pérez Llorca, le había repuesto en el escalafón diplomático, se comentó la posibilidad de que aceptara alguna embajada. Primero, la de Tirana, porque estábamos a punto de restablecer relaciones con Albania, pero fue rechazada. Entonces se trató de la embajada en Santa Sede. Cerón, católico progresista en tiempos de Pío XII, inquirió cuál sería su misión. Le dijeron que conchabarse con los cardenales para lograr un Papa español en 1992, coincidiendo con los fastos del V Centenario, porque solo así, había dicho Anson, se atornillaría para siempre el idioma castellano en el mundo. Se dijo ofendido porque creía que se pensaba en él para Papa.

Tenía que hacer frente al pago de la hipoteca y pensaba en iniciar una colaboración periodística. Sus amigos, en funciones de agentes literarios, convencieron a Luis María Anson de que le contratara para firmar un recuadro diario en Abc. Le pareció imposible porque era condición sine qua non que su primer recuadro fuera dedicado a la memoria de Enrique Ruano, el estudiante asesinado el 20 de enero de 1969, profanada en su día por el Abc. Pero Anson aceptó y empezaron a publicarse los textos de Cerón, recogidos en una antología, Suelto en Abc, donde por ejemplo advertía de que “La ley de la gravedad no es nada en comparación con lo que nos espera”. De paso por Madrid le recibió el expresidente Adolfo Suárez, al que quería poner en la alternativa de “o morodizas o ceronizas”. Días después, Suárez comentaba la entrevista, la catarata de elogios que le había dirigido y cómo se detuvo de modo súbito para decirle: «Ahora, presidente, elógiame tú a mí».

Toreaba Curro Vázquez en Las Ventas y tenían convenido que le brindara uno de sus toros pero se negó a ir a la plaza a menos que le brindaran los seis que iban a lidiarse. A los suyos del Felipe les decía que no tuvieran complejos de patito feo y recordaba al amigo cuyas últimas palabras fueron “cuarzo, feldespato y mica”. Hace unos años llamó por teléfono para saber de la situación política, escuchó con atención y concluyó que iba a tomarse siete años sabáticos. Aún no han concluido.

 

Miguel Ángel Aguilar

Secciones