Mi amigo Anciones, por Nativel Preciado

No puedo evitar la añoranza de las noches del “Madrid”, los canapés de Dickens, las copas del Carrusel y los boleros de “El Junco”. Es difícil no mencionar el estudio de Alfredo Alcaín, otro de los grandes, donde nos reuníamos a conspirar contra Franco reconfortados por un buen queso y un vino selecto. Ahora que no me oye, Anciones era un gourmet, con perdón, y un sibarita, y no sólo a la hora de comer o de beber, también sabía rodearse de música celestial y de amigos exquisitos que disfrutaban con su prodigioso sentido del humor

Fue sobrio, austero, reservado y parco en la expresión verbal de los afectos. Se mantuvo coherente a lo largo del tiempo, de modo que mientras los demás evolucionábamos, a mejor o a peor, según se mire, él permanecía inalterable como testigo sigiloso de lo que muchos dejamos de ser. Tal vez, por eso, repito una vez más, dejo cierto cuadro inacabado. Me refiero al mural de la voladura del “Madrid” que preside la sede de la Asociación de Periodistas Europeos, donde nos hizo el honor de aparecer, con el fondo de la demolición del emblemático edificio, al lado de Cuco Cerecedo, Juby Bustamante, Miguel Angel Aguilar y de mi misma. Y si nadie nos reconoce es porque nosotros los de entonces ya no somos los mismos. Ahora sé que lo hizo con la mejor intención.

Onésimo Iglesias Anciones era una de esas personas que se metían siempre “donde nadie les llama”. Mientras haya gente que ha sabido “hacerse a sí misma”, como Anciones, que sabe compadecerse de los menos capaces; mientras existan personas dispuestas a defender los derechos ajenos, las causas nunca estarán perdidas.

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