Un libro no evita la idiotez, pero ayuda a prevenirla.

Palabras de Manuel Gutiérrez Aragón, Presidente del Jurado del XXXII Premio Cerecedo

Majestades, querido Félix, amigas y amigos.

En estos últimos meses las menciones, las referencias o las conversaciones sobre Félix de Azúa han aparecido con mucha frecuencia. Unas veces porque va a dar una conferencia o un taller en el museo del Prado, otras por la punzante opinión que ha expresado en el periódico en que suele colaborar. Y algunas otras porque acaba de obtener algún reconocimiento público, como éste al que asistimos jubilosamente. Sin tener que ir más allá de este punto, uno se hace la pregunta, crucial en nuestro tiempo, ¿será Félix de Azúa estilo o tendencia?

Muchas veces en los artículos periodísticos de Félix de Azúa yo no podría distinguir entre la moral y la estética, como si en él se dieran juntas. Las decisiones cívicas, algunas seguramente dolorosas, que sabemos que ha tenido que tomar a lo largo de su vida, no están reñidas con las exigencias de un teórico del arte y de un amante de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones. También de alguien que es tan exigente con la política como con el estilo. Y esto viene de hace tiempo. En mi caso, la atención por el periodista Azúa data de un artículo titulado Barcelona es el “Titanic.” En él avisaba de que la ciudad que era capital cultural de la nación parecía querer renunciar a seguir siéndolo, y era reconducida a ser capital de un territorio cultural que a él, a Azúa, le parecía mediocre y provinciano. Azúa invocaba en su favor a los espíritus burlones de Pla, de Foix, de Brossa, de Carner… El artículo produjo urticaria, cartas al director y consiguió escandalizar más a los suyos, a sus amigos, que a los ajenos. “En vaya charco se ha metido Félix,” me comentó alguien. Quiero pensar que las reacciones fueron tan significativas para el articulista como el contenido mismo de sus palabras. Porque ese texto no es de hace unos meses o unos años, sino que se publicó nada menos que en el mes de mayo de 1982, cuando todavía lo que realmente pasaba no estaba pasando ante los ojos de muchos.

Posteriormente me enteré de que el poeta novísimo hacía tiempo que colaboraba en los periódicos, desde la época en que el Diario de Barcelona era dirigido por Tristán La Rosa, y que había pasado por la escuela de periodismo aparte de la de la facultad de Políticas y la de Filosofía. No tardé en entrar en contacto por primera vez con un libro de Félix de Azúa, la Historia de un idiota contada por él mismo -un libro que se ha convertido en referencia para toda una generación- y quedé, como tantos otros, prendado por el hecho de que alguien pudiera convertir algunos de nuestros reconcomios personales en pensamientos claros y un poco hirientes. Un libro no evita la idiotez, pero ayuda a prevenirla, se nos decía en la solapa. Desde entonces he seguido leyendo a Azúa, y aquella mi primera admiración se ha ido consolidando en seguimiento continuado. Al parecer Félix de Azúa más allá de tendencia, produce adicción.

En nombre del jurado del Premio Francisco Cerecedo, que me ha hecho el honor de delegarla en mí, te trasmito su felicitación y, personalmente, te deseo que te sigas metiendo en todos los charcos que encuentres.

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